Con estas líneas no pretendo brindarle ningún apoyo moral al que fue nuestro Obispo diocesano, Antonio Ceballos. No lo pretendo porque él no lo necesita. El, que fue siempre más padre y hermano que maestro, vive estos momentos con la actitud de Cristo, que encuentra en la Cruz su momento de gloria. ¿Apoyarlo? Es él quien, con su testimonio, nos sigue guiando en la coherencia de nuestra vida cristiana. Ni qué decir tiene que acepta de buen grado el dictamen de la Justicia humana, pero apela a la misericordia que entonces y siempre marcó su caminar.

Fue, entre nosotros, el samaritano bueno que sensible a las demandas de aquellos trabajadores buscó la solución a sus necesidades. Ceballos estuvo siempre al lado de los pobres. El dolor de los enfermos, la angustia de los parados, las penurias de los inmigrantes... fueron sus propios dolores, angustias y penurias.

Así evangelizó esta diócesis, descubriéndole el núcleo de la fe cristiana: el amor fraterno, el amor a Jesucristo, Dios hecho hombre.

Y así lo legó a los cristianos de ésta su querida tierra gaditana y ceutí en los documentos del Sínodo del año 2000, ejemplo perviviente de diálogo con todos y luz que ilumina nuestra Iglesia en Cristo.

A don Antonio, un fuerte abrazo y mi gratitud por su renovado testimonio de vida escondida en Cristo.

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