P ues ya estoy aquí otra vez, mi anhelado lector, desde este mi cierro reformado y preparado para poder de nuevo divisar, contemplar y distinguir lo que veo para poderlo contar. Y siempre pensando en lo que a mi respetado lector le puede interesar. Aunque a veces -y esto sólo se lo confiese a usted- escribo lo que me imagino y deseo, según me dé.

Una Chiclana brillante y sorprendente. Una ciudad que ya poco a poco se va sacudiendo de esas sobras y desechos que el verano ha ido dejando y que durante estos calurosos meses me la han entretenido y hasta beneficiado. Un lugar privilegiado que de vez en cuando se convierte en parte importante de la política andaluza, aunque no lo parezca. Y lo digo porque no todos los días o en cualquier momento se encuentra uno en plena calle con el actual y mi admirado vicepresidente de la asusanada Junta: Manuel Jiménez Barrios (el Chiqui para mí y sus amigos). Un abrazo que le di y una respuesta igual que recibí.

Una acogedora Chiclana que no podemos separar de mi Isla de siempre. Dos ciudades hermanas le guste a quien le guste, pero es la verdadera realidad. Pues ya a través de la historia así se ha considerado, y no es la primera vez que me remito a lo que ya nos escribía mi loada Cecilia Böhl de Faber, vecina de Chiclana durante algún tiempo, gran novelista del siglo XIX -un siglo de lujo para esta Chiclana de hoy-, una inteligente mujer escondida tras el pseudónimo masculino de Fernán Caballero, y que en su obra "No transige la conciencia" (1850), nos describía con unas bellísimas palabras, su salida desde Cádiz hasta Chiclana: "… pasada la ciudad de San Fernando, gallarda y digna vecina de Cádiz, que ostenta su Calle Larga parecida a un estrado, y sus casas brillantes y sólidas como si fuesen de plata maciza, y atravesando el puente Zuazo, tan antiguo que se atribuye su construcción primitiva a los fenicios, el camino se divide en dos: el de la izquierda sigue costeando la bahía, y el de la derecha se dirige a Chiclana. Se entra en este precioso pueblo por una arboleda de álamos blancos, que toman asiento entre verdes huertas, a la manera de nobles ancianos encanecidos, estimulando con su susurro a las plantas pequeñas y tiernas a crecer y fortalecerse, para resistir como ellos a los vendavales. El pueblo es grande, y el río Liro lo divide en dos mitades como un cuchillo de plata…"

En fin, mi rescatado lector, ya me toca salirme de este mi cierro por hoy y dedicarme el resto de la semana a la "pasión de catalanes", según así Carlos Herrera denomina en su programa al lío y desastre que nos embarga a todos en estos denigrantes y separatistas días. Y lo que queda. Ojú.

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