Comisionada por el CNI para sondear los ánimos de las Españas durante el puente del Pilar, me adentro por la ruta de la Plata a ver cómo respiran las tribus del norte. Tras superar la trampa de la M-40 con mi intrépido marido, llegamos al Burgo de Osma. Tranquilidad. El restaurante del Virrey mantiene su equilibrio gastronómico entre lechales y lechones. Secos los campos, malos tiempos para las setas. Seguimos a Calatañazor. Problemas que se detectan: la perversa costumbre de algunos hablantes de decir Catalañazor. No, no tiene esto nada que ver con Cataluña. Otra posible amenaza: la morisma radical podría reclamar el tambor que perdió Almanzor. Por lo demás, los 56 habitantes que integran el municipio afrontan con gran serenidad (y tres tiendas de souvenirs) los retos del futuro. Grandes, medianos y pequeños capitales de Cataluña siguen su imparable fuga hacia Aragón y La Rioja. En Sajazarra sus majestades los Reyes están pendientes de confirmar si entregarán los premios de la media maratón que convoca el municipio. El primer trofeo, aparte de una chapela gigante, es un análisis de tu ADN. (Joder, lo tiquismiquis que son los deportistas). Sajazarra forma parte de la Asociación de los pueblos más bonitos de España. No sé si aquí casi todo el mundo es vasco, pero es zona donde la gente, "si podría", se vendría a vivir. Junto a las bodegas del Castillo de Cuzcurrita, con sus vinos mimosos y mimados y su colección de arte contemporáneo que preside un Warhol. Aún no enrojecieron los viñedos. Consolamos a unos primos que viven en Barcelona con una bandera de Andalucía y una garrafa de amontillado. Nos socializamos con unas chuletillas asadas con leña de sarmientos. En España nos entendemos comiendo. Será cuestión de dar de comer a los de la CUP, supongo.