Análisis

Paco Carrillo

La hora de los balances

En los anuncios, lo habitual es utilizar a la mujer de protagonista más allá del producto

Si la semana pasada defendía la inutilidad de los propósitos de enmienda, con este año ya empezado no estaría de más hacer algún comentario sobre los momentos cumbre que nos han brindado las teles, benditas sean, que tanto nos forman y nos conforman. No me refiero al contenido de sus programas, ni al magisterio que nos regalan los tertulianos, me refiero simplemente a los anuncios.

Lo habitual es utilizar a la mujer como protagonista más allá del producto: un yogur, un suavizante, un tinte capilar, un perfume o un coche siempre aparece una señorita en edad de merecer, todas preorgásmicas, empeñadas en demostrar que lo de la crema o lo de la colonia es lo de menos, que lo importante es crear un clímax para incitar (en el buen sentido) a la compra, ya sea a las descerebradas incapaces de distinguir entre su cruda realidad y las de las divinidades que aparecen en pantalla, o para darle envidia a la vecina del 4º y poner en duda al marido si el adulterio sería normal según con quiénes y en qué casos. ¡Tranquilo, Jordi, no caerá esa breva!

Ante semejante desprecio a la inteligencia, habría que preguntarse si alguien sería capaz de soportar en casa las voluptuosidades de las piculinas siquiera una semana. Imposible imaginarse a una voluptuosa así en la oficina, haciendo la colada o planchando una camisa; de volverse loco o dejando que ella siguiera con sus frenesíes reclinada en el sofá haciendo posturitas todo el día y usted haciendo las faenas domésticas más allá de las que ya hace ahora. Machismo. No, feminismo mercantil que se pliega a que las mujeres de buen ver sean explotadas como objetos sexuales. ¡Ah!, ¿qué no? Bueno ellas se lo pierden cuando siguen consintiendo que todas las que aparecen haciendo posturitas llegaron a triunfar sin más talentos que sus tetas bien puestas.

Claro que ahí, en las imágenes, no para la cosa, los textos también se las traen: "La fragancia es iluminadora. Evoca la claridad de los cítricos jugosos y las notas luminosas de la mandarina italiana y el limón de invierno que rodean los picos de verbena verde". O este otro: "Creatividad. Dinamismo. Éxito. La encarnación de todas estas palabras como una firme declaración de intenciones de un perfume inolvidable". ¿Quiere más?, pues ahí va: "Este perfume, mediante la formación de un rico efecto laberíntico, la miríada de sendas olfativas conforma una compleja experiencia en estratos. Abundan las yuxtaposiciones, mientras las intensas notas de ámbar y pachuli cruzan sus caminos con el refinamiento del iris, para aportar una dimensión oriental y etérea a las notas de salida". ¿Se puede escribir nada más cursi, más estúpido? Pues, ande, vaya a la perfumería con el texto memorizado y dígaselo a la vendedora, monilla, eso sí, pero sin punto de comparación con la voluptuosa del anuncio. Verá como podrá leer en sus ojos un convencimiento sin sombra de duda: que usted es carajote integral o carajota por despecho.

Si está justificado que no haga propósitos de enmienda, tampoco haga balances: perderá el tiempo.

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