Análisis

Pedro Rguez. Mariño

Sacerdote, Doctor en Arquitectura y en Filosofía

Una espiritualidad laical

La fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, el 26 de junio, es para sus hijos y devotos ocasión de recordar su santidad personal y la importancia de su obra en la Iglesia y en la sociedad civil. El título de este artículo nos centra en uno de los rasgos más interesantes que le definen y que trataré de bosquejar.

Los pastorcitos de Fátima Francisco y Jacinta son los primeros niños no mártires canonizados, decía un titular de periódico con motivo de su canonización el pasado 13 de mayo. Esta afirmación podía ser más generalizada: apenas hay laicos canonizados no mártires. Los santos canonizados o bien son mártires o pertenecen al estamento eclesiástico, papas, obispos, sacerdotes, o bien son religiosos y religiosas. Es una deriva no deseable en la historia de la Iglesia.

Parece sano y conveniente que el estamento eclesiástico esté familiarizado con el deseo de la santidad y que el ejercicio de la responsabilidad eclesiástica se desempeñe con tal rectitud que lleve a la santidad. Pero no dejemos a los laicos en su trabajo profesional y en sus tareas familiares al margen de la gracia divina, privados de los frutos de la redención de Cristo, como abandonados en la noche de los tiempos. ¡No!, también han sido redimidos por Cristo.

A juicio de Benedicto XVI "la aplicación del Concilio Vaticano II exige un cambio de mentalidad que afecta particularmente a los laicos pasando de ser considerados colaboradores del clero a reconocerles realmente como responsables del ser y actuar de la Iglesia, favoreciendo la consolidación de un laicado maduro y comprometido". Es decir, que los laicos son tan Iglesia como la jerarquía, llamados a la santidad y al apostolado en su trabajo profesional y en sus quehaceres familiares. Así, por ejemplo, lo urgía San Pablo en su primera carta a los Corintios: "No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo mora en vosotros". De modo sucinto y decidido decía San Josemaría: "No hay cristianos de segunda categoría".

Hasta el siglo XIII hay cierto equilibrio, me parece a mí, entre los laicos y los clérigos y religiosos elevados a los altares, con laicos tan ilustres como algunos reyes, San Fernando, San Luis de Francia…, o reinas, como Isabel de Portugal o Isabel de Hungría… Pero en el correr de la historia hacia adelante los laicos son los grandes ausentes de los altares. Tiene que llegar el Concilio Vaticano II para hablar claramente de que todos en la Iglesia tienen la misma vocación a la santidad y al apostolado, que es una vocación universal, para todos.

Si bien una cosa es la teoría y otra la praxis. Entre los fieles del Opus Dei hay ya abiertos como una docena de procesos de canonización. Está canonizado el fundador, San Josemaría Escrivá, y está declarado Beato su sucesor al frente de la Obra, Álvaro del Portillo. De los procesos de fieles laicos de la Prelatura los más avanzados son el del venerable Isidoro Zorzano y el de la venerable Montse Grases que se incoaron en los años 1948 y 1962 respectivamente y quizá pronto se podrán concluir.

La vida cristiana como vocación, como respuesta a la llamada de Dios a la santidad y al apostolado, se fue abriendo paso al principio del siglo XX cuando iniciaba su predicación San Josemaría, y con el ejemplo personal de su vida. Cuando el año 1947 en las gestiones para lograr la aprobación pontifica de la Obra, aquel monseñor sentenció, "Ustedes han llegado aquí con un siglo de antelación" refleja lo novedoso de poner en circulación el Opus Dei en la vida de la Iglesia. El libro de 669 páginas titulado El itinerario jurídico del Opus Dei y subtitulado Historia y defensa de un carisma expresa de manera más académica la misma idea.

La alegría de descubrir la vocación a la santidad y al apostolado en el trabajo y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano es una bendita oxigenación en la vida de la Iglesia que San Josemaría describía con estas pocas palabras: "Verdaderamente se han abierto los caminos divinos de la tierra", y refiriéndose a la fidelidad en la Iglesia de los fieles de la Obra: "Todos hemos de ir con Pedro a Jesús por María". De manera que muchos puedan encontrar a su lado a un fiel que le transmita paz y alegría y así, juntos, dar gracias a Dios.

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