Análisis

Pilar cernuda

El disparate

Se han llenado las calles de esteladas en la Diada, pero Cataluña no va a ser independiente

Todo es un disparate en el independentismo catalán, un sinsentido. Un cúmulo de engaños, contradicciones, hipocresías, cobardías y amagar sin dar por si acaso vienen mal dadas. La alcaldesa Ada Colau, que ha hecho caso a los asesores jurídicos del Ayuntamiento -no como Carme Forcadell en el Parlamento- advirtió que no cedería espacios municipales para celebrar el referéndum ilegal, pero en la parafernalia independentista de la Diada ha declarado que hará cuanto sea posible para que la gente acuda a votar. ¿A dónde, si ella misma niega locales para hacerlo? Con esa frase ha demostrado que su respeto a la ley se mide en función de las consecuencias de no respetarla. Como decía Groucho Marx, si no le gustan mis principios, tengo otros. No es la única autoridad que navega entre varias aguas.

Puigdemont y los independentistas habían planteado la Diada como la crónica previa del 1 de octubre, temiendo que no pudieran celebrar el referéndum porque el Gobierno, los partidos constitucionalistas de la oposición y todas las instituciones del Estado habían sumado esfuerzos para impedir una consulta ilegal que, de producirse, echaría por tierra el Estado de Derecho.

En contraposición a esa posición inequívoca de defensa de la Constitución, Puigdemont se lanzó a un discurso la noche anterior a la Diada advirtiendo que no reconoce más autoridad que la que emanan de las instituciones catalanas ni admitirá más inhabilitación que la que decida el Parlamento catalán. No engaña a nadie: está pidiendo a gritos que le alcance una sentencia de inhabilitación o incluso de prisión. Sólo así, convirtiéndose en mártir, conseguiría hacerse un nombre, después de un año de gobernante que no ha logrado ninguno de sus objetivos independentistas, no ha sido recibido ni siquiera por un ministro extranjero, no ha conseguido doblegar al Estado y, lo que es mucho peor que todo ello sumado, ha demostrado ser un pelele ante una CUP que representa todos los males de los movimientos antisistema, y que sin embargo ha conseguido que todo un presidente de la Generalitat le baile el agua a pesar de que tratarse de un partido minoritario.

La Diada siempre salió bien a los nacionalistas y también les ha salido bien a los independentistas desde que la han utilizado como fecha que simboliza el sometimiento de Cataluña a España. No fue tal, sino una guerra de sucesión, como las docenas que se han vivido en la historia de todos los países, y eso es así por mucho que los independentistas y los libros de texto promovidos por los sucesivos gobiernos hayan tergiversado los hechos.

Se han llenado las calles de Cataluña de esteladas y de manifestantes adscritos al régimen independentista. Sin embargo, por muchos que sean -menos de los que desearía Puigdemont-, ni Cataluña va a ser independiente, ni el Estado de Derecho se va a achantar ante los que le plantan cara. Lo estamos viendo ya, y lo seguiremos viendo después de esta Diada. Faltaría más.

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