Llevamos dos años de carnavales de Kichi y sus pegamoides y ya se ve por donde va la fiesta. Iba a ser la revolución, lo iba a cambiar todo: lo mismo.

El Carnaval de nuestros pecados iba a ser un cambio en el que se iba a notar que en el Ayuntamiento -en vez de una teñida de rubio, que hasta el nombre lo tiene feo y que siempre va vestida igual con chaquetones, pasminas y jerséis negros- hay una teñida de lila, con el bonito nombre de Camelo, que siempre va vestida igual con chaquetones, pasminas y jerséis morados.

Sigue la cosa igual, el Carnaval se repite más que el jersey de la Camelo. Que estrena menos que el Cine Brunete. Aunque nos digan que es el Carnaval de la Igualdad. Igualdad quiere decir que lo mismo da que te de un botellazo uno de Cádiz que uno de Coripe, y que para mear en la casapuerta de tu casa no hay que discriminar al orinador por razón de sexo.

Porque el postureo de pedir que se eviten estereotipos machistas como los de las suegras o las ninfas de las crónicas del Diario huele a censura. Las ortodoxas de la izquierda censuran igual que las beatonas de la derecha. Esa es la igualdad: son lo mismo.

Las únicas discriminadas en el Carnaval de la Igualdad han sido las ninfas, que las han mandado a tomar picón.

Pero la gran innovación de este Carnaval, la gran ocurrencia del Kichi, es la cabalgata del humor.

¡Pero si eso ya lo inventó Don Vicente del Moral cuando las Fiestas Típicas muchacho!

¡Adiós lumbrera!

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