Cáncer. La noticia la leí en sus ojos antes de que usted me la contara, doctora Cervera. Repasaba un informe médico mío y su gesto se tornó sombrío, las facciones de su rostro más duras. Tenía que decirme que padecía cáncer primario. Y lo hizo con profesionalidad y rigor científico pero con un tono dulce que me invitaba a la lucha.

Miren, estas reflexiones que escribo no serán solo una loa y un canto de agradecimiento. Imposible hacerlo, necesitaría un suplemento completo de Diario de Cádiz. Pero déjenme compartir mi esperanza con todos ustedes, lectores del Diario, y mencionar en primer lugar a mis ángeles de la guarda: los doctores de la Clínica San Rafael Antonio Linares, experto oncólogo, minucioso y preciso, modelo de dedicación a sus pacientes; Luis Mora, un cirujano sabio por sus conocimientos médicos y por su ingenio, e Ignacio Ortiz, prestigioso cirujano, medico humanista, amigo, cofrade ejemplar y abanderado de Cristo. El doctor de Oncojerez Antonio Ristori que con sus palabras serenas templa el ánimo del paciente más impaciente y la doctora del área de Oncología del Hospital Puerta del Mar Lucia Gutiérrez que me inspira tanta confianza. Y las enfermeras Carmen Sierra que irradia alegría con su cordial sonrisa en la consulta de la doctora Cervera, Expi Marcos que sana con sus manos y sus palabras y Pepi Ruiz Butrón cuya mirada profunda es un bálsamo para el alma de los pacientes de oncología.

Siento el calor de mi familia. Citaré de manera representativa a Nati, Cuti, Juan Pérez... Y a Sayo, Nieves, Pilín -he querido decir doña Pilar, naturalmente- y María Román que me obsequia con suculentas viandas. Y Francisco, -¡ay mi Fran!- que ya da sus primeros pasos frágiles y me observa con grandes ojos de incipiente curiosidad infantil. Solo él me arrancó un día emociones del alma cuando le abracé y pensé que no puedo ni quiero dejar de hacer tantas cosas que le prometí hace solo unos meses cuando le apadriné en su bautizo. Un día me escondí de ti para no hacer visible mi tristeza pero te aseguro, chaval, que nunca más tendré otro sentimiento que no sea de irreductible optimismo.

Muy cerca siento a mi otra familia de Canal Sur y a muchos queridos compañeros con los que comparto profesión y a los que respeto y admiro. Sé además que me tienen presente en sus oraciones incluso algunos ateos como Fernando Santiago cuya única religión que profesa es el Atleti y al único dios verdadero que venera es al Cholo. Lo siento mamá, a veces frecuento lo que tu llamarías malas compañías...

Que podría decir de ti, Mónica, capitana general del amor sin límites, dama de la dulce sonrisa, abnegada, luchadora, inasequible al desaliento, reina de la alegría de vivir más contagiosa. Y de ti, Pepe Rivas, leal amigo de la primera juventud, generoso, incondicional, que me quieres, apoyas y proteges, pese a que llevas regular ser solo tres meses mayor que yo y sin embargo tener más canas. Manoli Ramírez, sabes que tu fortaleza y el camino que ya andaste con tanta firmeza es para mi referencia y ejemplo. Melchor, compañero, tus consejos avalados por la experiencia cercana, me aportaron luz, norte y guía. Desde aquí te lo digo, como no me invites en 2067 a acompañarte en el Bicentenario del Diario, ya te cogeré en mi calle.

Mi batalla no ha terminado pero sé que la ganaré. Hombre por favor... ¿A mí cómo me va a doblar el brazo una enfermedad con un nombre tan feo? Si usted que me lee o algún familiar o amigo suyo también está en la lucha, dígale de mi parte que no nos vamos a rendir. Y ahora, permítanme, me pongo a la tarea de seguir tomándole el pulso al corazón de este Cádiz de mis amores que estos días late en el Teatro Falla al ritmo del tres por cuatro y se prepara para vivir el estallido en la calle de la gran fiesta de la alegría. Con permiso.

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