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Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Trampas

Lo de saltarse el reglamento para acogerse a uno propio no es patrimonio de nadie en concreto"

Fue un sueño desagradable, sin llegar a pesadilla. Sobre todo, un sueño inquietante. Íbamos a jugar un partido de balonmano, situación sorprendente, porque ya hace muchos años que no practico mi deporte favorito; pero los sueños sueños son, como dijo el insigne dramaturgo.

El caso es que salíamos al campo y yo comprobaba que no había árbitros por ninguna parte. Se lo comentaba al capitán del equipo contrario:

-Oye: ¿y los árbitros?

-No hacen falta. Arbitraré yo mismo.

Le decía a mi propio capitán que mejor sería no jugar el partido en semejantes condiciones. Él alzaba la cabeza y sonreía:

-¡Qué más da! ¡Lo importante es la ilusión, el entusiasmo!

Me desperté con la extraña impresión de que mi compañero de equipo no estaba del todo en sus cabales. En el interesante estado de duermevela subsiguiente me dio por acordarme de Alicia en el País de las Maravillas, un libro que no sé por qué demonios se ha clasificado como infantil, cuando en realidad es una compleja maniobra simbólica a cargo de aquel reverendo Dodgson (Lewis Carroll), matemático pervertido y notable literato.

En concreto, se me vino a la cabeza el campo de croquet de la Reina:

"Alicia pensó que no había visto un campo de croquet tan raro como aquél en toda su vida. Estaba lleno de montículos y de surcos. Las bolas eran erizos vivos, los mazos eran flamencos vivos, y los soldados tenían que doblarse y ponerse a cuatro patas para formar los aros."……………." Los jugadores jugaban todos a la vez, sin esperar su turno, discutiendo sin cesar y disputándose los erizos. Y al poco rato la Reina había caído en un paroxismo de furor y andaba de un lado a otro dando patadas en el suelo y gritando a cada momento «¡Que le corten a éste la cabeza!» o «¡Que le corten a ésta la cabeza!».

La mente humana es compleja y sorprendente. Las asociaciones aparecen por su cuenta y riesgo sin que uno sepa controlarlas ni explicárselas con mucha claridad casi nunca. ¿A qué vendrían aquel sueño y la posterior consecuencia literaria? En esas fechas se estaban celebrando unas elecciones primarias en el Partido Socialista de Andalucía. Igual tenía ese hecho algo que ver, pero tampoco estaba yo tan seguro, porque a lo mejor la motivación era otra cualquiera. A falta de Sigmund Freud tendría que recurrir a mi psiquiatra favorita doña Maribel Rodríguez. ¿Se trataba de una reina roja? Bueno, roja, lo que se dice roja…

Las trampas del que tiene la sartén por el mango, aunque ese mango queme, no son del todo insólitas. Hace poco tiempo un importante político comparecía ante el Parlamento de su imaginario País para responder sobre su presunta relación con una panda de presuntos golfos apandadores.

-Oiga: ¿a usted le suena que algunos de sus más inmediatos colegas se lo han llevado crudo por la cara?

-Uhm… Los suspiros son aire y van al aire, las lágrimas son agua y van al mar… Fin de la cita.

-¿Pero no es cierto que vueseñoría trincó alguna que otra propinilla de la mano de tan honorables golfantes?

-La Lirio la Lirio tiene, tiene una pena la Lirio… Fin de la cita.

-¿Y no fue su reverencia óptima quien alentó con dulces susurros a un presunto sinvergüenza de tomo lomo hallándose éste con las posaderas al fresco?

-¡Ah, sí! Iba una encantadora niña por el bosque con una cestita… Todos la llamaban caperucita roja por razones obvias que no viene a cuento enumerar…

En fin, que la banca gana. La banca siempre gana, y aquí paz y después morro.

Lo de saltarse el reglamento para acogerse a uno propio y creativo no es patrimonio de nadie en concreto. Usted mismo, en un arranque de imaginación, puede disponer de reglas propias, siempre y cuando los demás traguen con ellas.

Mi nieto mayor es un sujeto sumamente creativo y relativamente falto de escrúpulos, cosa que en un niño casi se agradece y resulta divertido. Sus juegos de adivinanzas suelen versar sobre su propia y encantadora persona, de forma tal que su triunfo queda asegurado.

Nosotros aceptamos encantados la maniobra y nos reímos muchísimo con ella. Claro que ya dije que se trata de un niño. Lo malo es cuando determinados adultos supuestamente cualificados intentan colártela con tretas pueriles y desvergonzadas.

El caso del ciudadano Puigdemont y sus peligrosos (para él sobre todo) aliados es bastante ejemplar. Pasarse por el forro las reglas del juego establecidas, no sólo por la normativa española, sino incluso por la específicamente catalana, y pretender que todo bicho viviente acepte la jugada me parece que es mucho pedir.

Claro que la solución no es romper la baraja y tirar la mesa patas arriba, sino intentar oponer inteligencia y lógica; porque una partida no debe degenerar en una bronca de tahúres. Todos quedan fatal.

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