Análisis

Paco Carrillo

Santidad: se ha pasado tres pueblos

Su Santidad Francisco I ha pronunciado una frase o, mejor, ha expresado un pensamiento de este calibre: "Son los comunistas los que piensan como los cristianos". ¡Con dos solideos! O sea, que los comunistas son los que, mire por dónde, han sabido llevar a la práctica el lema "Dios es amor". No descarto que servidor no esté a la altura intelectual para comprender la textualidad de lo pronunciado por el señor de blanco; debo admitirlo como también las versiones de los que tratarán de interpretar el trasfondo de esas palabras, -doctores tiene la Iglesia-, pero de lo que no cabe duda es que para un cristiano de a pie sin adscripción política, el Papa Paco se ha pasado tres pueblos.

Referir ahora el rechazo sistemático que los cristianos no católicos han mantenido contra la infalibilidad del Pontífice, quizá solo sirva para recordar que esa potestad, elevada a Dogma, ya fue cuestionada por Pablo VI, que reconoció: "Esta discrepancia es, sin duda, el más grave obstáculo en la ruta ecuménica". Claro que Pablo VI, tan progresista él, al expresarse así solo pretendía la paz universal.

Lo normal en estas situaciones para los que superamos el catecismo del P. Astete y el de Ripalda, ambos con las respuestas prefabricadas de antemano para seguir negándole al individuo la capacidad de discurrir por sí mismo, digo, los que arrastramos las pobres experiencias vividas, que venga el mismísimo Papa a decirnos que los mayores genocidios de la historia, llevados a cabo por los comunistas, lo hicieron invadidos de sentimientos cristianos... ¡hombre, por favor! Tirar de las hemerotecas y de la historia más elemental, bastaría para contradecirle, Santidad, por mucho que trate de suavizar la píldora y por buena intención que derroche. Los pueblos, Santidad, no están para que nadie venga a hurgarle los sentimientos; los pueblos, Santidad, están tan hartos de ser manipulados, que ni las ideologías ni las religiones les sirven ya de consuelo para comprender las injusticias que se cometen con ellos, y lo peor es que están pasando de no comprenderlas a no perdonarlas, por siglos que hayan pasado.

Se sabe que todo esto, dicho por un comentarista de pueblo, no llega a ninguna parte; ni siquiera sirve para expresar el dolor que se siente frente a las impotencias y a las oligarquías, no solo económicas, sino del pensamiento, tantas veces ejercidas para que nada cambie. Sin embargo, hasta un triste comentarista de pueblo tiene derecho expresar su desacuerdo lo mismo que recurrir al olvido por considerar que este es el indispensable requisito para llegar al perdón o, en el peor de los casos, para que el odio y las revanchas no sigan contaminando las conciencias. Si no fuera así hasta la Historia del Papado estaría en entredicho, que lo está por mucho que se disimule.

Pero la perplejidad que ha producido semejante pensamiento no se centra exclusivamente en su textualidad incomprensible, sino en el porqué ahora -y a santo de qué- el Papa ha manifestado semejante aserto que, lejos de conducir a los abrazos fraternales, parece más propio de un populismo de urgencia, ese veneno dispuesto a propagarse en todas las conciencias o en el borde de la indiferencia hacia todo y hacia todos.

Lo dicho, Santidad, se ha pasado tres pueblos.

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