En estos días sensibles vengo a reivindicar el sufrimiento de las palmeras. Ustedes lo ven todos los días: esos ventarrones que las vuelven del revés, esos altos y finos tallos que en su lucha por la vida se doblan hasta las orejas. Luego vuelve el buen tiempo y allí siguen ellas, más o menos erguidas o cambembas, y aún la gente tiene la poca vergüenza de insinuar que son una birria de árboles que no sirven ni para dar sombra.

¿Para qué sirve una palmera? A los turistas les gustan. Le dan a la ciudad un glamour mil y una noches. Árboles que convocan un sueño de calor y de pereza. Ortega lo explicaba en su Teoría de Andalucía: "Después de todo, como decía Federico Schlegel, es la pereza el postrer residuo que nos queda del Paraíso, y Andalucía el único pueblo de Occidente que permanece fiel a un ideal paradisíaco de la vida. Hubiera sido imposible tal fidelidad si el paisaje en que está alojado el andaluz no facilitase ese estilo de existencia". Esto no cuadra con la Andalucía agraria e industriosa. No. Lo del ideal de la pereza es más de litorales, donde se puede mantener una economía de cazadores-recolectores, o un ecosistema de depredadores (contrabando, tráfico de drogas) que, una vez que tienen la dieta cubierta, se dedican a sestear o a cultivar sus señas de identidad (su bonito folclore). El ser humano siempre ha prosperado adaptándose al medio. Ahora que lo pienso, un funcionario que no funciona no deja de ser otra especie de depredador al servicio de lo que se denomina una "economía extractiva": llegas, ordeñas, te jubilas (te vas). Si eres ambicioso te reproduces generando plazas clientelares en tu escala administrativa (son tus adoradores). La última subespecie que se me ocurre es el político. Llega, ordeña, pero no termina de irse porque le siguen pagando. A estas alturas de la alegoría ya no tengo muy claro hasta dónde puede conducirme mi defensa de las palmeras. Podría ser una idea que la UCA organizase un Campus de Excelencia en Paraísos (NUTREXPA). La culpa la tiene Franco, que invirtió en las industrias del país catalán y nos dejó aquí a solas, entre la plebe alienada y los alienados señoritos. Y luego Felipe González, que vino para decirles: "Creced y multiplicaos".

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