Análisis

pedro manuel espinosa

Roger y Rafa

Federer y Nadal jugarán un partido que será el epílogo perfecto a una era mágica

Roger y Rafa, dos amigos, dos leyendas, protagonizarán mañana uno de los episodios más hermosos de la historia del deporte. Los dos tenistas con más grandes a sus espaldas, protagonistas de batallas memorables, del que posiblemente sea el mejor partido de siempre, aquella final de Wimbledon de 2008, han demostrado en el Abierto de Australia que tienen talento para agrandar su figura. Tras un año repleto de lesiones, con muchos meses de inactividad en el que no eran capaces de jugar ni un partido de exhibición, Roger y Rafa, dos amigos, dos leyendas, se han citado en la final de Melbourne. Puede que la prematura eliminación de Djokovic y Murray les haya despejado el camino, o puede que el destino, que también echa sus dados, haya decidido regalarnos un nuevo duelo entre el mejor de la historia, el suizo Federer, y el hombre que le acecha. Hay quien sostiene que si cualquiera de los dos, incluso Djokovic, hubiera estado solo en esta época, sin esa competencia feroz, habría superado sus de por sí impresionantes números. Sin embargo, es imposible entender la historia de Federer o Nadal sin el otro, sin momentos como el llanto del suizo al caer derrotado en aquella final de Australia, el único título que tiene el mallorquín en las pistas de las antípodas.

Rafa y Roger jugarán la final soñada por todos los aficionados. Un partido que paralizará el mundo del tenis, como el epílogo perfecto para una era mágica. La elegancia del suizo, el talento físico y tenístico del español. Y todo esto aderezado por el respeto y el cariño que reina entre los dos, impensable en otras modalidades deportivas. Respeto y admiración mutua entre dos tenistas que pelearán, de manera impensable hace un mes, por añadir un nuevo grand slam a su colección. Si el español gana se situará a solo dos del extraterrestre suizo y superaría a Pete Sampras, que también suma 14 pero que jamás ganó en París. Nunca tanto como mañana querré que los dos contendientes salgan victoriosos.

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