El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Retórica y poética

"Poeta nascitur, orator fit". Eso decían los antiguos, que el poeta nace y el orador se hace. En estos tiempos que corren me parece a mi que nacen pocos poetas y los oradores no se molestan en aprender su difícil disciplina.

La oratoria es un arte complejo, que solía tener unos cánones precisos y sus estilos definidos. No era lo mismo un orador ático, que un orador lacónico; elegante aquél, sobrio este otro. Se trataba de "ars suasoria", arte de persuadir. O sea, que el discurso servía para convencer de algo a alguien y hasta se conseguía con cierta frecuencia. Creo que el deterioro de la retórica se debe, en parte, a que nadie se ve capaz de convencer a los demás de nada salvo de aquello que entraba ya en su argumentario de convicciones. Supongo que Cicerón y Demóstenes partían de un punto de vista más optimista y generoso; así que, cuando subían a la tribuna para defender o atacar a personas o conceptos, no iban investidos del aburrido fatalismo propio de nuestros modernos oradores.

En el Congreso de los Diputados cada una de las bancadas aplaude con entusiasmo a su propio ponente, aunque no haya dicho nada de interés y, por añadidura, lo haya dicho torpemente. Lo que es más grave: abuchea al contrario con una falta de decoro inadmisible. En esa actitud brilla con desdoro propio el Grupo Popular, y no me corto ni un pelo al escribirlo. Por cierto, la noción de "bancada" me evoca el "duro banco" de los galeotes, obligados a remar al unísono bajo el látigo inmisericorde del cómitre correspondiente. No he visto nunca que algún señor diputado aplaudiese a un orador de otro grupo, por mucho que lo que éste hubiera dicho cosas interesantes, cosas con las que uno está de acuerdo, aunque no las haya soltado su propio bocazas.

Está claro que en nuestro parlamento los dignos representantes del pueblo no se ven capaces de convencer ni de ser convencidos por otra señoría. Vienen convencidos de casa, "hombres al uso, que saben su doctrina", como dijera el maestro Don Antonio. De esa manera, casi todos salen a la tribuna con un montón de papeles, que normalmente leen sin soltarse de ellos en ningún momento. Rara vez entra un soplo de aire fresco en ese aburridísimo hemiciclo, en el que, por cierto, no es raro ver huecos enormes, cuando no hay que votar, jalear o abuchear en asuntos de pretendida enjundia. Incluso se ve a alguno que otro solazarse con divertidos jueguecillos o apasionantes revistas.

También es verdad que en lo académico se ha abandonado por completo la enseñanza de la oratoria. Las sencillas clases de expresión oral en los niveles iniciales de la educación deberían ser obligatorias y así a lo mejor no escuchábamos a jovencitos (perdón: "tíos y tías") expresarse con un máximo de doscientas palabras mal encajadas. Cierto que la Universidad tampoco brilla en la materia, y basta con haberse visto en un tribunal de oposiciones, para haber sufrido retortijones intestinales ante los modos y maneras de exponer un tema de forma oral por parte de licenciados, incluso doctores, pretendientes a la docencia en la enseñanza pública.

Las situaciones cómicas abundan en distintos foros. Es delicioso ver tratar de "señorías" a los modestos miembros de un parlamentillo autonómico; incluso a los concejales de un Ayuntamiento de pueblo, como preámbulo a un discurso prefabricado, hasta en el modo de gesticular copiado de forma ridícula.

En lo que respecta a la poesía, tengo la impresión de que se va olvidando la célebre frase de Verlaine: "de la musique avant toute chose" ("la música ante todo", más o menos). Cierto que quedan maestros de la musicalidad poética, como el gran Luis Matínez de Merlo, y algunos pocos que valoran el ritmo y la armonía en el lenguaje. Sobre este asunto se despachó con sabiduría Agustín García Calvo: "Del ritmo del lenguaje", profesor que fue también estupendo poeta, como demuestran sus libros en "Lucina", su propia editorial.

También extraordinario orador, como pudimos comprobar quienes escuchamos sus charlas. Pronunciaba una sobre "El Mundo", así como suena, que hizo nuestras delicias. Verdad que era hombre algo intrincado en la expresión, pero valía la pena leerle y escucharle.

Pido perdón a mis lectores, porque hoy creo que me he levantado algo criticón, pero comprendan que uno va siendo mayor y las manías le van creciendo como setas en época lluviosa. También quiero disculparme, si he llevado el asunto a terrenos algo pedantes. Sin embargo he de decir que un modesto coplero de carnaval, sin ser doctor en nada, posee la calidad rítmica en sus pasodobles y cuplés; no te digo nada de la compleja musicalidad que hay en el flamenco. Una soleá es en sí todo un compendio de arte poética; unas simples cantiñas te hacen llegar la música al corazón.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios