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Análisis

Montiel de arnáiz

Renuncio a ser facha

Ser facha es, en abril de 2018, un privilegio al alcance de todos: es pensar distinto al otro

Nunca he sido facha así que puedo renunciar a serlo, pensaría el Almirante Cervera si fuera contemporáneo de estas mentes preclaras que saben sólo dividir el mundo en Ellos y Nosotros (y por Ellos nos referimos a los fachas). Pero claro, dirán, por qué fijarse en una alcaldesa ignorante (y osada, por tanto) que insulta la memoria de uno de los héroes de esa patria que odia (odiarla le otorga votos) cuando tenemos una rubia de faz pétrea que renuncia a un Máster que nunca hizo y nos toma por Hernandos a todos. Not my fault: Colau ha servido de muletilla a Cifuentes con su estulticia, proporcionándole una máscara de oxígeno que tampoco es que vaya a servirle de mucho pero que ha conseguido que Cervera se revuelva en su fosa común de fachas hispanos, junto al Cid (y Al-Mutamin), María Pita, Blas de Lezo, Agustina de Aragón y El Empecinado (gran faccioso donde los haya).

Eso es lo único que excita a según quién: tildar de facha al prójimo percibido como distinto, al que propone o supone algo nuevo, al extranjero. Llamar facha a alguien hoy día es un acto de racismo consentido, en realidad, casi de modernidad chunga. Nos llamamos fachas el uno al otro como furiosos amantes previendo el coito. ¿Facha? ¿Y tú me lo preguntas clavando en mi pupila de Vox tu pupila de Podemos? Facha eres tú, tengas Máster-de-Pega o Alcaldía-Okupa, seas heroína de opereta o villana de revista de variedades. Y con ese runrún acusatorio -fuego cruzado de hilos rojos y chinchetas que unen la España de charanga y pandereta 2.0- los tontos se unen a los ignorantes en un selecto club privado que admite solicitudes a diario, generando la casta de los peligrosos.

Escribiendo estas señas me planteo lo harto que estoy ya de narrar la penosa huida hacia el abismo de Cristina Cifuentes, la trayectoria de ignorantes arribistas que dan lecciones vacuas desde sus púlpitos laicos, y me percato de la de veces que me han llamado facha aquellos que encajan perfectamente en la descalificación utilizada. Por eso y mucho más renuncio a ser facha -como haría Cervera- y a todo lo que ello supone: al bigotito, la gomina y los tirantes de España, al pantalón alto y la camisa de axilas manchadas de azul, a Manolo Escobar y el Manifiesto Comunista, a Torrente, la hoz, el martillo y a las checas que no son de Chequia, y renuncio a mi derecho a ser prudente y no remover las conciencias con mis artículos de opinión semanales.

Ser facha es, en abril de 2018, un privilegio al alcance de todos, casi como un Máster gratuito que pagara Colau: es pensar distinto al otro, siempre enemigo. Ser facha es, simplemente, existir. Jodido problema, pues: renunciar a existir es de fachas y aun así deberíamos renunciar a ser fachas, lo seamos o no.

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