Por muy serio que se ponga el Carnaval, por más rivalidad que haya entre grupos y autores, no deja de ser una diversión, chufla en algunos casos, crítica en otros, ironía, denuncia... Siempre hemos escuchado aquello del periodismo cantado, del reflejo de todos los asuntos que están de actualidad. El asunto Puigdemont y la escenografía de su ajusticimiento cómico en el Consurso de Agrupaciones Carnavalescas ha soliviantado a muchos catalanes, más que la apliación del artículo 155. Las redes sociales arden y se recuperan los clásicos estereotipos de los andaluces y gaditanos flojos, vividores de las ayudas de otros. Nos hemos ganado a veces a pulso, incluso con letras de Carnaval, esa fama que nos persigue. Nos reímos de nosotros mismos y algo de verdad habrá en ello pero hay una fotografía totalmente deformada. Es muy triste quedarse en la superficie y no tratar de ir más allá.

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