Análisis

Paco Carrillo

Ponga un máster en su vida

Estoy convencido de su necesidad, aunque cuesten un riñón y no sirvan para nada

Se está viendo: no se puede ir por la vida sin un máster. Sí, usted dirá que lo mismo pasaba antes con las corbatas, pero piense que hubo lugares en los que no se podía entrar sin ella: la Bolsa, ciertos restaurantes, actos académicos, conciertos empingorotados o bodas de tiros largos. Con los másteres, ya digo, está pasando lo mismo: si no se tiene un par de ellos no se es ni persona. Lo he comprobado.

Servidor, de cuando en cuando -y sin que sea domingo como era obligado antes-, suele echarse un chorrito de colonia. Bien, pues voy a la perfumería y una dependienta monísima (no lo interprete como machismo, por favor), documentadísima, o sea, con máster seguro, me pregunta si he decidido la fragancia que prefiero, "porque -me explica- las últimas tendencias muestran un panorama olfativo muy rico y lleno de novedades; es decir, que el aroma tiende a atrapar el olor del agua marina y en algunos casos, acompañándolo de notas amaderadas que simulan el olor de la madera a la deriva". Servidor, la verdad, no se ve convertido en náufrago espontáneo, pero si la amabilísima dependienta me insiste y me remacha diciéndome que la otra tendencia destacable es el resurgir de "fragancias de la familia de las hespérides, que nos trasladan a los campos de la Toscana con sus tierras cálidas y el frescor de los limoneros en verano", ¿qué va a hacer uno? Pues avergonzarse y rendirse a la evidencia de que tener un máster en Olores Sublimes es absolutamente necesario. Termino comprando mi colonia de siempre.

Pongo otro ejemplo. No es por presumir de cocinero (perdón, chef, deconstructor-decorador de fantasías visuales), pero quise darme el capricho de aliñar una ensalada, -¡menudo atrevimiento cuando se me ocurrió ponerle vinagre balsámico de Módena! Bueno, pues llego a la tienda gourmet, pregunto, y el 'master' de turno me salta celebrando mi decisión de no haber ido al supermercado de la esquina porque, asegura, en ninguno se despacha el auténtico, sino sucedáneos que no tienen ni el mínimo exigido para su envejecimiento: 3 años (los excelsos pueden llegar hasta los 15 ó 20), y que los porrilleros no proceden de las únicas cepas que permiten su garantía: Lambruschi, Sangiovese, Trebbiani, Ancellotta, Montuni…, exclusivas con el calificativo IGP (Indicación Geográfica Protegida) distintivo del territorio de las actuales provincias de Módena y Regio Emilia. (¡!)

La verdad, notaba yo que el 'máster', ante mi ignorancia en vinagres, empezaba a desahuciarme; es más, noté en su actitud que se estaba cabreando por mi osadía al utilizar un producto del que desconocía su historia. Le pedí perdón, me fui avergonzado y con el firme propósito de hacerme un máster en Acideces Sublimes.

Desde entonces, avergonzado, salgo poco de casa, no sea que me asalte un máster por vía de urgencia y me eche en cara mi incuria cultural. Porque uno, la verdad, no pretende chafarle el negociete a nadie, ni a las Universidades ni a los que montan estos tinglados, que de eso va la cosa, pero ya está convencido de la necesidad de hacer másteres aunque cuesten un riñón y no valgan para nada, que se eso trata.

¡Mardito parné!

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