Análisis

fray pascual saturio

María, Madre de la Iglesia

El año 1965, al terminar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI, recogiendo el sentido de la fe del pueblo de Dios, proclamó a la Virgen Madre de la Iglesia. Este mismo título lo reafirmó el Papa Juan Pablo II en la Redemptoris Mater de 1987, mandando además colocar el mosaico que se puede ver desde toda la plaza de San Pedro, en el que se lee en latín Mater Ecclesiae. Y este lunes de Pentecostés el Papa Francisco ha mandado incluir en el Misal Romano la celebración de esta verdad que se da en la Virgen María, por ser Madre de Cristo, Cabeza de la Iglesia y que se extiende a todo el cuerpo, que somos todos los bautizados y que nos compromete a hacer que algún día sean parte de la Iglesia todos los hombres, para que todos disfruten plenamente de la suerte de llamar Madre a la Virgen María.

El recorrido de esta verdad pone de relieve muchas cosas. En primer lugar señala cómo la Iglesia es una, por más que algunos pretendan que hay muchas maneras de entenderla y de vivir en ella. Que tres papas hayan puesto de relieve lo que el pueblo de Dios cree no hace más que confirmar que celebramos lo que creemos y que lo que creemos procede de Jesucristo, que ha dado a la Iglesia la capacidad de hacer explícito lo que en el Evangelio está implícito. Y en Juan, junto a la Cruz del Señor y al lado de la Virgen, toda la Iglesia recibe el calificativo de 'hijo' de esta Madre. "Ahí tienes a Tu Hijo".

Más aún. Este título de María nos ayuda a entender y a vivir nuestra relación personal con Ella. Cualquiera de nosotros se identifica como muy 'madrero' y para todos nuestras madres son la única condición que pondríamos para volver a nacer en la Tierra. Parecernos a nuestras madres es el sueño de cualquiera de nosotros y el mejor piropo es que nos digan: "te pareces cada día más a tu madre". Cualquier creyente en Jesucristo sabe que el mejor discipulado lo vive cerca de María, sintiéndose hijo de aquella que nos lo ha dado como hermano y como Señor. Sin la Virgen no se entiende bien la familia de Jesús. Sin la Virgen no hay cristianos. No se puede ser de Cristo sólo ni de María sólo. El que es de Cristo es de la Virgen y quien quiera ser de la Virgen tiene que ser de Su Hijo. La unión entre ellos es indivisible. Que María sea tu Madre, es gracia pero es llamada para que seas más de Cristo; tan de Cristo como es Ella.

Por último, su maternidad está incompleta hasta que sea Madre por gracia de toda la humanidad. A la Virgen le falta ser madre de todos los hombres que no la conocen ni la pueden disfrutar. Como a Jesús le falta ser Señor de todos hasta que todos vivan la gracia del Evangelio. Ser Madre de la Iglesia es señalarnos a nosotros el camino misionero. Quienes tanto la queremos estamos obligados a hacerla presente en el mundo entero, dar a conocer a todos la inmensidad de su corazón, para que Ella y nosotros hagamos que todos lleguen a Cristo y en Él a la medida del hombre que alcanza su plenitud. Madre tuya y mía lo es ya, pero sería para Ella una alegría que todos los hombres la llamaran así.

Por eso el lunes de Pentecostés de este año va a ser especial. Celebramos lo que nuestra fe proclama, redescubrimos lo que es la Virgen en nuestra vida, nos comprometemos a hacer que todos la puedan disfrutar. Es Madre de la Iglesia porque tenemos que conseguir que su maternidad se extienda a todos los hombres para que su Hijo sea el Salvador del Mundo y los salvados, todos, seamos hermanos en una misma casa.

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