Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

La verdad, no sé si en esta ocasión voy a llegar a tiempo para disuadir a mis amigos de que este año no me manden cestas navideñas. En realidad nunca me fueron simpáticas y si las he venido aceptando ha sido por no desairar a nadie. Comprenda que las sensibilidades son las que son y tanto espumillón, tanto tarro de melocotón en almíbar, tanto foie-grass, tantos polvorones, tantos turrones que al final, llegado junio, ya rancios, hay que tirar por prescripción facultativa… Qué quiere que le diga, ¡con lo bien que se queda con un christma o unas botellitas de cualquier cosa! Además, aparte de por la crisis, porque vaciar cestas de mimbre supone dejar la casa como si hubiera habido una mudanza.

Este año, ya digo, en aras de la austeridad, voy a permitirme advertir a mis generosos amigos -si llego a tiempo-, que prescindan de lo habitual y que no se molesten si sugiero tres o cuatro cosillas. He consultado con mi proveedor habitual y hemos coincidido en que nada de cestas de mimbre, con una de esas cajitas que se han puesto de moda, madera de cedro -libanés, claro-, ideales para reutilizarlas luego metiendo en ella pañuelos o calcetines. Todo sea por la economía.

A este tenor hemos confeccionado una pequeña lista y nos hemos tomado la libertad de añadir los precios sin ánimo de ofender a nadie, sólo a modo orientativo-didáctico exclusivamente. Por ejemplo los vinos. Nada de irse por las nubes. Con harto dolor de nuestro corazón dejamos de lado el de las Pedroñeras (Cuenca), donde se produce, quizás, el vino más caro del mundo. Su edición limitada Gold Aurum Red cuesta 17.000 euros la botella, y no es plan; con tener a mano un Domaine de la Romanee-Conti Grand Cru, Côte de Nuits. (11.664 euros), ya se apaña uno.

Con el cognac pasa lo mismo. Como no me tengo por bebedor compulsivo, sentarse ante la chimenea con una copa-balón y hacerla girar en la mano es un privilegio de dioses, para eso puede valer un Louis XIII de Remy Martin, (3.000 euros) sin ir más lejos.

Con el whisky, ídem de ídem, y si no fuera por sus propiedades vasodilatadoras, podría prescindir del sorbito semanal que tomo como terapia más que como placer. Bastaría con un The Macallan 1947 Fine and Rare Collection (6.000 euros). Igual con el vodka, sobre todo cuando se consume como un servidor: unas gotas en el zumo de naranja o en el de tomate natural. No obstante, por el afán didáctico que me guía, habría que prescindir de dos de ellos porque nos parecen abusos; uno porque sobrepasa el millón trescientos mil dólares y otro el Russo-Baltique Vodka (viejo). Su precio no es que sea excesivo (627.000 euros) pero viene acompañado de un coche SUV y su botella lleva a cuestas cinco kilos de oro. ¡Una horterada! Así que dada mi forma de tomarlo, bastaría con un Belveder Bears (6.116 euros), para no entrar en subastas disparatadas cuyos precios pueden sobrepasar el millón largo de euros, como todo el mundo sabe.

Como verá, cuatro cositas que caben en una de esas cajas de cedro que apuntaba al principio. Y ahora lo puedo decir sin rubor: ¡Odio las cestas! Y si llego a tiempo, háganme el favor de respetar mis sensibilidades. Muchas gracias.

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