Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Algunos de mis lectores me preguntan, con la discreción que les caracteriza, el porqué un servidor, siendo de La Isla, residiendo -o vegetando- en La Isla, escribiendo artículos en este Diario de Cádiz, en la sección de La Isla, por qué, digo, opino poco o casi nada de ella cuando en tiempos era ella el centro de mis comentarios.

Esgrimo varias respuestas según sea el curioso y todas obedecen a lo mismo: no soy forense, no me gusta hacer leña del árbol caído, ni quiero soliviantar a los isleñistas convencidos de que este pueblo -perdón, ciudad- es gloria bendita a pesar de que el número de paisanos en paro supere el 32% sin que existan perspectivas de mejorar y sin que a nadie parezca importarle que el desempleo es el único dato real para medir la situación económica de sus ciudadanos, su desconfianza en el futuro para sus jóvenes y, por añadidura, la falta de iniciativas reales para atraer inversores, terrenos militares y parques naturales aparte. Es más, que La Isla siga arrastrando el vicio de querer seguir viviendo de hipotéticas glorias pasadas y de héroes sublimes cuando, como en tantos otros lugares, fue el factor geográfico el único determinante.

Consciente de que si barrenara en todo esto heriría la sensibilidad de muchos, prefiero escribir del ser humano en general y de la presión política que todos soportamos, en la que ser cañaílla no es un atenuante sino un agravante a la vista de la incapacidad de los políticos que tenemos. Que, encima, existan paisanos convencidos de que la situación actual es mero accidente y que La Isla merece estar en los mercados internacionales parece, como poco, un sarcasmo al que no me apunto porque nunca fui partidario de las adhesiones inquebrantables.

Que La Isla salte a los telediarios por algún asesinato, el robo en la caja municipal o porque alguna iluminada haya parido semáforos con homosexuales, parece el epitafio en la losa sepulcral de esta ciudad que se muere sin remedio, muy lejos de aquella del sueldo seguro gracias al Estado, a esta ausente de la industria que le dio vida y la justificó como pueblo; recordar que fueron los propios trabajadores los que consintieron su desmantelamiento negándole el futuro a sus hijos a costa de prejubilaciones gloriosas, gracias al PSOE que los sobornó, al PP que sesteó como siempre y al PA reinante que aplaudió cuando Defensa la abandonaba a su suerte, creyendo que sus terrenos iban a pasar a propiedad municipal gratis et amore. Todo a la vez fue el origen de tantas ocurrencias estúpidas mantenidas en el tiempo, tales como turismo internacional en Camposoto, campos de golf, hoteles multiestrellados, clubes náuticos, museo de la Historia y el Mar, ciudad del deporte, trenes salvadores, comisiones insalvables, parques tecnológicos made Silicon Valley, para terminar en el desastre de la restauración de las ruinas, en hoteles y comercios arruinados, en asociaciones de vecinos subvencionadas, una oposición limitada a denunciar lo que ella no supo hacer cuando estuvo en el poder, y en ¡¡semáforos reivindicando la igualdad de sexos!! Dígame, paisano, ¿merece la pena remover tanta mierda?

Aunque nos duela (a algunos, nada), a La Isla de pan y moja hace tiempo que se le acabó el pan y sitios para mojar. A pesar de los maquilladores con y sin corbata. Por eso prefiero escribir de los peces de colores.

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