Análisis

Paco Carrillo

La Isla del Puente viejo

Aquel rey 'Animoso' nos contagió a todos y seguimos vegetando sin esperanza

Como los cañaíllas ya estamos acostumbrados a que todo -importante o no- ocurra de puertas afuera, es decir, allende La Isla, se empieza a recordar ahora -ella sólo vive de recuerdos-, el arranque de su justificación como pueblo: la construcción naval y, creo que, en su momento saldrá a la luz la visita del primer Borbón desbraguetado, Felipe V, que pasó aquí unos días, en 1729, cuando a su yegua de montar a diario, Isabel de Farnesio, 'La Parmesana', se le ocurriera distraerlo de su perniciosa melancolía paseándolo por sus Reinos, los de él, aunque la que mandara fuera ella como el tiempo demostró, que no paró hasta conseguir que un hijo suyo se hiciera con las riendas de las Españas y que, por cierto, no le saliera mal la jugada por recaer en uno de los escasos Borbones sensatos, Carlos III, muy amanuense él y con instinto para nombrar buenos asesores.

Pues bien, el deprimido y deprimente Felipe -que ironías aparte pasa a la historia del sarcasmo al llamarle "El Animoso"-, recaló en La Isla para presidir en La Carraca la botadura del primer navío que en ella se construía (hasta la primera cubierta se hizo en el astillero de Puntales): el "Hércules", de 66 cañones, cuyo constructor fue el francés Juan Belletrand, según cuentan las crónicas.

Lo que no se sabe con certeza es si el Rey estuvo presente en el momento solemne, ya que él acostumbraba a dormir de día y a ¿trabajar? de noche. Tampoco se tienen noticias de que las botaduras se hicieran con nocturnidad, como ahora se hacen las pruebas de tren-tranvía, claro que éstas, además, las hacen con alevosía.

Con esto no quiero decir que La Isla no forme parte del folklore nacional consuetudinario, sino que aparte de ocurrencias y chispazos desaprovechados, la actividad trepidante de los días no permite hablar de su futuro, aquí basta con saber que ya se hayan quitado las manchas de cera de las calles, ¡ay, esas procesiones...!; que sea la primera ciudad de España en poner semáforos con iconos para mascotas y homosexuales; que también por primera vez se hable del turismo como motor económico... ¡Ah!, ¿qué esto no es nuevo? Puede, pero sí es eterno, como el propósito de restaurar el Puente Viejo, el Zuazo, símbolo emblemático de esta Isla que se desmorona, como las casas señeras, mientras se sigue presumiendo de patrimonio, que ya es echarle poca vergüenza y falta de rigor arquitectónico.

Lo de la botadura del navío "Hércules" y la venida de "El Animoso" puede dar mucho de sí en dos sentidos: se dirá con el énfasis acostumbrado que se alojó en la Alameda Moreno de Guerra a pesar que entonces no era ni alameda ni de Moreno de Guerra, sino el jardincillo de una finca enorme, que llegaba hasta la Bahía, propiedad de don Guillermo Macé y Auffray, comprada después por Luis de Ardila y posteriormente por Juan Nepomuceno Macé.

En el otro sentido es posible que, gracias a los recuerdos, las nuevas generaciones oigan hablar de la industria naval, esa actividad que polarizó la vida de los isleños y por la cual se asomaron al mundo, hasta que su desmantelamiento se convirtió en moneda de cambio al socaire de otros intereses inconfesables. A estas alturas nada que altere los pulsos. Porque La Isla seguirá durmiendo de día como aquel "Animoso" que nos contagió a todos, y continuará vegetando sin esperanza.

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