Análisis

Montiel de Arnáiz

Héroe sin capa

Lleva disfrazándose para visitar a niños enfermos y de familias humildes desde el año 2006

El niño duerme mientras una sábana de cielo cubre su cuerpo maltrecho y desmadejado, falto de impulsos y de alegrías. Sentada junto a la puerta, vigila siempre una madre que mira insistente el reloj que reposa ahorcado en la pared. El niño tose, rebulle; la madre suspira, reza. Comprueba su móvil y en él reluce un mensaje: "Estoy abajo". La mujer, o quizás el hombre, se aproxima a su hijo con ternura; el corazón encabritado, la Navidad en sus pupilas. Lo despierta con suavidad, procurando no rozar sus vendajes, evitando soliviantar su reposo: el niño carece de nombre; digamos que es una suma de chiquillos y de heridas, de tristezas propias y ajenas. Se despereza con cuidado, abre los ojillos de amor iridiscente y sonríe a su madre, que le coloca bien la manta. Hace frío en las noches de hospital.

El móvil vibra y a los diez segundos una figura aparece en el umbral, fundiendo los colores rojo y azul con movimientos atléticos. El niño abre los ojos con sorpresa y vuelve el rostro a su madre, que empieza a aplaudir. "¡Es Spiderman!", exclama. El héroe se acerca al niño, que quizás sea ahora una niña de ojos verdes con ganas de vivir, y se presenta.

Ryu, como llaman a Manolo Márquez, lleva disfrazándose para visitar a niños enfermos y de familias humildes desde el año 2006. No es millonario: trabaja de camarero y antes fue vigilante. Cuando era un chiquillo perdió a sus padres y fue criado por su abuelo, un americano de Texas que trabajaba en la base de Rota. De él aprendió el valor de la ayuda, de la solidaridad. Manolo ha comprado, con el apoyo económico de su novia, un traje de Spiderman original y sus visitas a los hospitales han aumentado: al principio iba seis veces al año, ahora intenta ir mucho más.

En la página web change.org han creado una petición para que la dirección del Hospital Puerta del Mar de Cádiz, que tantos años ha venido visitando, le permita seguir animando a sus pequeños pacientes. La burocracia se enfrenta al corazón, una vez más. Sin embargo, Manolo no echa la culpa a nadie y, de hecho, comprende las trabas. Desearía que le dieran una solución. Mientras tanto, Spiderman se sigue descolgando de sus telarañas de azúcar en otros centros sanitarios, como el Virgen del Rocío de Sevilla.

La niña mira a su padre como el niño a la madre y ambos asienten. Con sumo cuidado el superhéroe ayuda a incorporar al paciente de su jergón y lo sienta en una silla de ruedas. Hay llantos, pero de alegría: Spiderman pasea a la maravillada niña (o al niño) por los pasillos blancos del hospital mientras celadores, enfermeras y doctores los fotografían al pasar, sin darse cuenta de que este héroe gaditano no lleva capa.

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