Análisis

Rafael Duarte

Gallineras, poesía y lágrimas

Miguel Ríos Jiménez, ex secretario del Ayuntamiento, fue un amigo cabal...

El orden de los factores altera el recuerdo. O yo qué sé. Juan Mena me manda un relato sobre mí y mi inefable Enrique Montiel cuando íbamos a Gallineras. El libro se llama Historias de gente de a pie, y de pronto, ese cuento, rompedor de las reglas del cuento y la poesía, con respecto a la carajotería actual, a mí me emociona, -no por el co protagonismo- sino por la riqueza léxica y metafórica del relato. Me traslada al entonces. Al momento-instante en que el poeta fuera mi instructor y amigo y paseáramos por el muelle viejo, aquel que pintó Pepiño con sus limos colgantes atestiguado por cuadros, alguno inefable como en la escalera de acceso a la casa de mi estimado Juan García Cubillana.

Te llega el olor de ribera, el viejo tubo pasamanos donde el óxido imitaba relieves ostioneros, donde el agua al pasar, vieja corriente constante, aloma en láminas el color que la lleva, casi ola de proa sin tajamar en la fugitiva violencia ya escorada.

Tomábamos café de puchero en el viejo 15, perdido hoy, cuando era pequeño y limitaba con las piezas de estero, que, mirándolas, me convertían en realidad esa mar del día de la marea escorada, que subía hasta el patio de la casa de Luis Berenguer, con su dedicatoria de Marea. Y los viejos barcos, barcazas, candrayes, sentían la lepra del salitre acartonando el maderamen, dando color Güela a tanto buque muerto. Maderas casi blancas con vetas roídas como los cielos de levante, como las escalas de la compuerta, donde la sal ya viva es el salitre, el yodo blanco que hace olor tanta escarcha.

Era y fue gallineras ese camino del agua, la acera de la corriente, el callejón del aire, donde el eco del mar pasaba rápido como los correlimos por el fango, y veo a Juan Mena, Enrique Montiel, Luis Berenguer, Antonio Murciano, José Luis Núñez, José María Hurtado, Antonio Sanz Reyes, José Antonio Escuín, Miguel Ríos Jiménez, tanta gente que tomó Gallineras como un paraíso demodé del descanso y el ocio, de la tertulia y el sol -cuando las tertulias no funcionaban a degüello- del escaramujo y el salado, cuando la Isla era pura literatura hablada, que decía Juan Mena, las metáforas puras en rosario, la inspiración, el vuelo, las estachas batiendo con su combés el agua. El cuartel de la Guardia Civil, donde José Acosta Martínez naciera casi detrás, en la huerta del Carabinero. La del Lolo. La del Pilo. La cercana arboleda del cerro. La huerta de los Barrena…

De pronto me comunican el fallecimiento de Miguel Ríos Jiménez, ex compañero de la Academia y del trabajo, fue ex secretario del Excmo. Ayuntamiento, amigo cabal de los que te defendían contra cualquier dislate "democrático". Fiel, leal, defensor de las letras y de las artes… Ojalá descanse como se merece en el fuero interno de mi corazón, que se une a tantos libros e ideas y afectos que compartimos. Yo sé que me quería de verdad.

La tristeza es esa piedra mojada que se mete en el ojo. Recuerdo a Miguel Ríos cuando vino de Priego, y que ya no quedamos casi ninguno de aquel recibimiento en Gallineras. ¿Escuín y yo?... La muerte toma cebos en el alma para poder matarnos del nosotros. Cubillana y yo en el entierro. Y me entero que ha muerto José Luis, hermano de mi amigo Manolo Baturone. Ah. La muerte, prostituta irredenta del cariño. He llorado esta tarde.

La albéntola, el esparavel, el verachaero, el cómitre, el sotapatrón, cerramontón, el espumero, toda esa Gallineras, posiblemente del latín Galliana, camino, vía, es la que vuelve con el relato de Mena, el viejo telurismo de los años, las huertas rodeándola, surtiendo de colores y palabras aquel trozo de Isla, madre de un léxico técnico o terminológico, como decía Coseriu… sigo con Mena, fuerza creativa. Esplendor. Emoción. No palabras de más, sino precisas, que aquí queda la tierra.

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