Análisis

Paco carrillo

Fechas de caducidad

¿Hasta cuándo vamos a pagar las facturas? No se puede utilizar el pasado como amenaza

Alas de los yogures no hay que hacerles ni caso, tampoco a las de algunos medicamentos; o sea, que por esa regla de tres la duración de muchos productos no está regida porque se pasen de fecha, sino por la necesidad de mover el mercado. Si este principio se consolida cualquier político puede ser eterno. Rajoy podría ser un ejemplo, que lleva treinta y cinco años sin bajarse del coche oficial. Pero no es el único, ahí tiene a González, a Aznar y a todos los que siguen en activo o en la sombra manejando los hilos desde los consejos de administración de las empresas públicas y/o privadas por sus influencias para conseguir subvenciones a fondo perdido, si no de qué.

Pero el fenómeno de todo este tinglado reside en quién o quiénes ponen la fecha de caducidad. El pueblo, evidentemente, no. Que en la política no haya fecha de caducidad se debe a dos circunstancias. La primera la tiene la leal oposición. Basta que ella intente activarla contra alguien, para que los compañeros del presunto caduco, se alcen como leones rampantes para defenderlo por encima de cualquiera razón por ilegítima que sea. Paradójicamente la verdaderamente peligrosa, la que puede condenar al presunto al ostracismo eterno, siempre nace y se ejecuta desde el propio partido cuando ya está todo perdido, para mostrarse soberbio y altanero cuando ofrendan al cadáver como los judíos o los romanos elevaban sacrificios a sus dioses. Ejemplarizar se llama a este cinismo.

Cuando esto ocurre, cientos de conmilitones aplauden o se frotan las manos; normal cuando hay tantos en lista de espera. Ahí tiene, sin ir más lejos, los protagonistas y los secundarios en los casos de Filesa, Malesa y Time-Export -financiación ilegal de PSOE, pionero en la democracia, madre y maestra de todas las corrupciones posteriores-, como la Gürtel, de la Púnica… -financiación ilegal del PP-, nada nuevo bajo el sol.

La Memoria Histórica tampoco tiene fecha de caducidad. Decir ahora, por ejemplo, que la mayoría de la gente normal está hasta los cojones de Franco, más que cuando reinaba en El Pardo, puede resultar un anatema para los profesionales de rasgarse las vestiduras o cuando les conviene como pretexto para descargo de sus incapacidades manifiestas que, estas tampoco, tienen fecha de caducidad. ¿Hasta cuándo vamos a seguir pagando las facturas? No se puede utilizar el pasado como amenaza; es tanto como negar la capacidad de crear el futuro. Un país viejo como España tiene de todo, bueno y malo, y admitirlo sin disimulos, haría de la Memoria Histórica una herramienta para aprender, no para vengarse a toro pasado. ¿Qué tal si volviéramos a recordar el 11-M y lo que significó para que un tal ZP, eximio pensador, ilustre botarate, alcanzara el poder?

Tal vez no merezca la pena, bastaría pensar que la Memoria Histórica es un fraude de ley, que no sirve para nada y, menos, cuando es selectiva, a gusto del consumidor interesado, que es lo que retorcidamente se viene practicando.

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