Análisis

Paco Carrillo

El Diario en mi memoria

Con el Diario, con el rito familiar que en torno a él se producía, empecé a sentir curiosidad

Se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de nuestro Diario de Cádiz y, aparte de celebrarlo, para muchos -entre los que me encuentro-, no es simplemente una efeméride, sino la señal escrita de la propia vida.

Mi infancia, como la de todos, estuvo llena de rutinas que, al andar del tiempo, fueron base de no pocas seguridades. El Diario, como el lechero, la hojilla del almanaque y el vendedor de cupones de los ciegos, marcaba el día a día de mi casa. El Diario bajo el portón, el grito del lechero, la lectura del reverso del almanaque y, a la hora de la comida, la llamada de la niña, que acompañaba al ciego, con los cuatro cupones que mi madre tenía suscritos: el 447, ochenta céntimos y dos de propina. Si todo esto se cumplía no había nada que temer; o tal vez, sí, pero todo ocurría tan lejos... a pesar de que el Diario se empeñara en ponérnoslo delante: la Guerra mundial, el avance de las tropas alemanas, la ejecución del Duce, el desembarco de Normandía, la explosión de Cádiz, la coronación de su patrona, la muerte de Manolete. Década de los cuarenta y cincuenta. Años de plomo que el Diario relataba como testigo de una realidad lejana y próxima.

Decir que con el Diario aprendí a leer sería tan falso como presuntuoso, y como ya habrán plumas que glosen su importancia desde todos los puntos de vista, prefiero referirme a lo que para mí supuso tenerlo desde que tengo memoria fiel, por eso diré simplemente que con el Diario empecé a sentir la curiosidad que siempre he tenido, no por lo que en él leyera, sino por el rito familiar que en torno a él se producía. En primer lugar por la pugna matutina entre mi madre y yo por ser el primero en abrirlo. El orden que ella tenía para leerlo, que lo hacía al revés, empezando por las esquelas. Después bajarlo a casa de mi abuela para que allí lo ojearan. Esperar a la tarde para que, a la vuelta del trabajo, lo recogiera mi tío Pepe que, él sí, disponía hasta la hora de la cena para empaparse desde el santoral a los anuncios por palabras. Lo hacía simultaneando su lectura con el España, de Tánger, porque, me decía, las noticias no se valoran solo por su extensión, sino por el lugar que ocupan en las páginas y, dentro de ellas, si están situadas en las de la izquierda o en las de la derecha. Mi tío Pepe me enseñó a leer la prensa. Día a día -menos los lunes-, mes a mes, año a año con el Diario de Cádiz como el pan nuestro de cada día, como guía del Departamento Marítimo, como espejo de la sociedad, sobre todo la isleña, llena siempre de singularidades que, vista desde hoy, nunca tuvo espejo más fiel de lo que realmente fue: vanidosa, subordinada, trabajadora, sufrida y, hasta cierto punto, inocente y silenciosa cuyo pulso se reflejaba en las bodas, bautizos, primeras comuniones, ascensos, traslados y sentidos sepelios de entrañables amigos conocidos todos del corresponsal.

Ciento cincuenta años de Diario de Cádiz, de su provincia y de la intimidad de tantas familias. Enhorabuena.

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