El profesor José Heredia Maya, con el apoyo coreográfico de Mario Maya lanzó un grito de libertad en el año 1976, que se llamaba así: "Queremos hablar" y reivindicaba la identidad gitana contra la persecución y las descalificaciones que habían sufrido los gitanos durante años. Exigía el espectáculo el derecho a expresarse libremente, que es tanto como defender la propia dignidad.

El derecho a la libre expresión es uno de los signos de identidad de las sociedades democráticas, tanto en términos personales, como colectivos. Sin embargo, la tentación de interferir en él aqueja con frecuencia a los que mandan, incluso si su mandato proviene del pueblo soberano.

Las autoridades civiles y eclesiásticas vigilaban celosamente en tiempos pasados que nadie sacase los pies del plato. Había censura civil y también eclesiástica, el preceptivo "nihil obstat" era indispensable para publicar lo que fuera.

Se supone que la llegada de la democracia a España, tras la muerte del Dictador y secuelas positivas, haría desaparecer por completo los recortes en todo tipo de limitaciones, salvo supuestos contemplados en los códigos ordinarios de justicia. Pues ahora va a resultar que no, que lo de "naquerar", pues depende y "secundum quid".

La Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana 4/2015 de 30 de marzo, más conocida como "ley mordaza", más alguna que otra licencia judicial sin mayor fundamento en ley, han puesto en tela de juicio ese derecho que considerábamos esencial.

El caso es que cualquier mindundi con un lápiz rojo a mano se siente facultado para recortar o impedir que el personal largue lo que quiera con las limitaciones arriba apuntadas.

La última vez que el retornado fue víctima de un intento de censura ocurrió aquí mismo, en Chiclana, con ocasión de una obra colectiva, que debía publicar una librería - pequeña editorial de la localidad.

El retornado envío su pequeña contribución gratuita y, con absoluta perplejidad, recibió la llamada telefónica de una buena señora, que le reclamaba la supresión de unos párrafos del escrito. Obviamente uno se negó en redondo y exigió la retirada de dicho escrito del proyectado libro colectivo. ¡Pues no faltaría más!

Ya digo que la vocación censora se puede hallar hasta en los más modestos niveles, con que no te digo nada si, encima, es amparada por una ley, ley que se puede considerar "del encaje", una norma defensiva, más dictada a favor de ciertos intereses, que en protección real de los ciudadanos.

Por estas fechas ando leyendo con sumo interés la obra "Fariña"de Nacho Carretero, libro de excelente periodismo de investigación secuestrado por una jueza de Collado Villalba, amparándose en que atenta contra el honor de determinadas personas relacionadas con el narcotráfico gallego.

Esto del honor es una cosa muy seria, ya lo decía Calderón de la Barca. Lo que no queda claro es cómo anda de cotización el mercado del honor en cada momento.

Por ejemplo, si nos atenemos a la multa de cuarenta mil euros impuesta a la revista "Mongolia" por atentar contra el honor del señor Ortega Cano, comprobaremos que se trata de un valor en alza. Tan en alza, que puede dar al traste con la publicación de la propia revista, tras sacar al torero en figura de marciano. ¡Anda que si saco yo a relucir las figuras en que he sido caricaturizado por mis alumnos, igual me forraba, oye! No sé yo qué tendrán estas personas contra los marcianos, seres ora perversos, ora bonancible según el cine y otras representaciones, pero, de momento, mera fantasía.

Ya, cuando el honor es el honor de Dios, el asunto puede ser la caraba; si no, que lo diga Willy Toledo, encausado por el juzgado de instrucción número 11 de Madrid.

Y que conste que a mi no me hacen gracia en particular determinadas salidas de tono, pero de ahí a considerarlas delito, va un buen trecho. No sé por qué me dio por acordarme de "Becket, o el honor de Dios", obra de Jean Anouihl, sólo que esta vez el conflicto es de otra índole: esperpéntico, y no trágico.

Meterse con el Rey puede traerte también algunas complicaciones. Así cualquiera, porque el carácter "inviolable" absurdamente otorgado por la Constitución al Monarca, le pone en condiciones de manifiesta superioridad por encima de los restantes españoles.

Incluso, si el ataque al honor atañe a algunos de sus familiares. Resulta conmovedor escuchar al ciudadano Marhuenda, el director de un lamentable pasquín diario, defendiendo la honorabilidad del encausado Iñaki Urdangarín, linchado y descalificado por la opinión pública si haber roto un plato, la criatura.

De todos modos la necesidad de largar, de decir lo que pensamos, permite que miles de personas: jubilados, mujeres, sanitarios se lancen a la calle para oponerse a la injusticia y a la arbitrariedad. Otra cosa es que el Gobierno al que se dirigen los improperios y reclamaciones se pase por aquí y por allá todas estas bobadas. Ellos sabrán.

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