Llueve sobre mojado. La preocupante noticia del derrumbe de una vivienda en el Callejón Espelete, en la que salvaron la vida, de milagro, una familia no deja de ser el eslabón de una cadena de dejadez y deterioro en lo material, de ruina en lo laboral y de crepúsculo en lo social. Es la actual foto fija de un barrio alto de El Puerto, que si no fuera por sus vecinos, habría desaparecido del mapa portuense. La sociedad castiga y a veces es injusta.

El crujido de la techumbre y la posterior actuación de los bomberos, que precintaron la vivienda y la declararon "no apta para ser habitada" es la última de las desgracias constatables en este histórico y coqueto Callejón portuense. Coches quemados, desalojos de viviendas y edificios en condiciones lamentables, tanto de salubridad como de seguridad, constituyen la carta de presentación de una calle y un barrio que no se lo merece. Ni por la honestidad de las familias de portuenses que durante siglos habitan sus casas, ni por la humildad que impregna cada uno de sus actos. Aunque casi siempre esa manera de ser (que es una manera de vivir), viene acompañada (nunca lo entendí) del abandono de las instituciones y de la postura de perfil, tan de moda en estos tiempos.

Quiero no obstante instalarme -en apoyo a sus vecinos-, en la inspiración de William Shakespeare: "ningún legado es tan rico como la honestidad". Y viajar en el tiempo. Bien en esa tradicional compostura ante los pasos del Dolor y Sacrificio por ese rincón del barrio alto; bien en esa otra postura natural de la primavera en sus patios.

Pozos con uso de fresqueras, parterres y arriates cuajados de geranios, claveles y rosas; lebrillos con helechos y pilistras; macetas con perejil, yerbabuena o albahaca Y hortensias, begonias, pamplinas o damas de noche campando a sus anchas. Esas eran y serán sus señas de identidad, las de toda la vida, pese a las desgracias.

Me rindo ante ese Callejón Espelete, con sus casas mitad sala y alcoba, mitad patio. Y de repente, me quedo pensando en la humildad de los dos polos de Víctor Hugo: lo verdadero y lo bello.

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