Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

Análisis

Manuel Bustos Rodríguez

Director de la Academia Hispano Americana

Cádiz o la lenta demolición de su patrimonio

Como solemos decir en el lenguaje coloquial, a estas alturas de la película no creo que ninguna mente sensata pueda negar que una de las riquezas más importantes de la ciudad de Cádiz es su patrimonio. Continuamente se nos llena la boca para referirnos de una u otra forma a él. Hasta en el Carnaval, fiesta mayor gaditana, se elogia, y existe todo un apartado específico para el Piropo a Cádiz. Pero, como en tantas otras cosas que nos suceden, todo se nos queda en palabras que, como el contenido de los pregones, se lleva el viento.

Que nuestro patrimonio material corre serio peligro es algo que no se escapa a nadie que posea unas mínimas dotes de observador. Lejos de ser apreciaciones subjetivas personales, constituye un elemento objetivable. Basta, simplemente, con dar un paseo por nuestro entorno amurallado, intentar la visita al castillo de San Sebastián o entrar en nuestras iglesias, salvo la excepcional excepción del Oratorio y algún otro templo más, de párroco cuidadoso y feligresía y amigos del monumento con iniciativas. Las imágenes que viene publicando este Diario cantan por sí solas, y, por tanto, debo insistir en ello, lo afirmado no es simple una opinión más. Desde hace tiempo se está llamando la atención sobre el problema, sin que apenas se haga un esfuerzo sostenido para solucionarlo, no obstante cierta alarma inicial.

Al margen de la falta de dinero, argumento al que solemos agarrarnos y cuya realidad no niego, aunque tampoco se haga mucho por buscarlo, la situación de nuestro patrimonio tiene mucho que ver con la desidia, cáncer que se ha apoderado ya de la ciudad desde hace tiempo e invade todos sus rincones. A ella se une la falta de sensibilidad de las autoridades locales y, como no, errados planteamientos políticos acerca de cómo se ha de ayudar a las personas en situación económica vulnerable. En este sentido no se trata sólo de subsidiar permanentemente, sino de buscar fuentes de ingresos que puedan generar trabajo y mejoras en nuestras arcas para mejor atender a las personas necesitadas verdaderamente de ayuda. No ver la relación que esto tiene, entre otras cosas, con la conservación de nuestro patrimonio me parece de una ceguera supina. ¿Acaso creemos que sólo nos visitan y gastan por el encanto de nuestros edificios modernos, el sabor de nuestros pescaítos y caballas o la simpatía que derrochamos? ¿No será, tal vez, la huella en la urbe de nuestra milenaria historia, el encanto de nuestro bien trabado caserío, la soberbia construcción de nuestras murallas y el carácter insular de la ciudad lo que más atrae e invita a pasearla?

La pasada celebración de la Constitución de 1812 y ahora, más recientemente, del Tricentenario, ya en su tramo final, no ha servido para cambiar esta mentalidad, ni para mejorar significativamente las inversiones en patrimonio, a excepción de las llevadas a cabo por algunos animosos agentes privados a cargo de su propio bolsillo. El paradigmático monumento a las Cortes de Cádiz y el grave estado de deterioro de sus figuras es todo un símbolo de lo que decimos.

Las murallas, las torres-mirador, la Catedral, las iglesias y conventos, la casa prototípica de la burguesía mercantil gaditana exigen atención y preocupación; más tarde mantenimiento e inversiones: no se sostienen por sí solas. El tiempo, como para todos nosotros, no pasa para ellas en balde. Y flaco sabor se hace al patrimonio si, como única respuesta, toleramos sin norma alguna el vaciado de las viviendas, y las rellenamos totalmente con elementos ajenos a su historia y peculiaridades. O se tira al completo y, sobre el solar correspondiente, se construye una especie de pastiche, que poco tiene que ver, salvo la apariencia, con ese casco homogéneo del XVIII y del XIX, modélico, del que tanto nos vanagloriamos; tan atractivo para el visitante y una de las delicias del paseo por el Cádiz viejo. Muchas de las acciones urbanísticas emprendidas tendrán difícil rectificación en el futuro e, incluso, serán ya irreversibles, una vez desaparecidos sus elementos históricos constitutivos. Así que, o nos ponemos las pilas o los piropos del Carnaval habrá que referirlos a la caballa de la Bahía o a las verdosas aguas del mar, que, de momento, no nos suelen fallar.

En este oscuro panorama, sería injusto no romper una lanza a favor de quienes están trabajando en estos momentos, o llevan incluso años haciéndolo, por el reconocimiento de Cádiz como Patrimonio de la Humanidad o Patrimonio de la Unesco. Es la única tabla de salvación que parece quedarnos, siempre que se cuente con la fuerza necesaria, en medio de la apatía y la falta de sensibilidad del entorno. Sólo así se podría poner freno tal vez a dichas amenazas, inconscientemente dispuestas a hacer de Cádiz una ciudad exenta de su identidad, tantas veces recordada, dentro del conjunto de ciudades andaluzas y españolas, evitando a la par su transformación en una ciudad irreconocible.

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