A veces tengo la sensación de que todo vuelve al blanco y negro. De que, a pesar de habernos asomado a la tolerante modernidad, en el fondo seguimos siendo tan planos y monocromáticos como nos obligaron a ser en los tiempos de "conmigo o contra mí". Pero, si algo me agrada de las viejas fotografías, son precisamente aquellas gradaciones de gris que no se aprecian en estas fotos a color de ahora. Amenaza la etiqueta de las dos Españas, del cainismo, de la crispación. Un vistazo a las redes sociales, un retazo de conversación en una cafetería… devuelve un panorama de opuestos donde no caben los matices. Todo son opiniones tajantes, sin fisuras. Se ha perdido el miedo a "mojarse", pero se enarbola la opinión con la agresividad con que se empuña una espada o una bandera. Cualquiera corre el peligro de ser tachado de facha por compartir determinado artículo de opinión, aportar un "pero" a un comentario demasiado taxativo, hacer un análisis más profundo. Antes se decía que para mantener la armonía en un encuentro de amigos bastaba con evitar dos temas: religión y política. En estos momentos, para no desatar la ira del que piensa diferente, hay que ampliar la lista para añadir que tampoco deben salir los toros, Cataluña, los refugiados, las banderas, la monarquía, el turismo… y no porque la reflexión y documentación haya aclarado las ideas, ni mucho menos. Es más bien que ahora opinar sin argumentar es fácil, como lo es también difundir noticias sin verificar. Así que aquí estamos, gritando todos nuestro radicalismo a fuerza de eslóganes, mientras sacamos pecho y nos peleamos con el vecino. Mal momento para el diálogo, la discusión calmada, el análisis. Ya no se lleva escuchar. Siento tristeza e incomodidad, como muchos, al constatar que en este mundo de blanco o negro no hay lugar para la mesura, la cordura, la templanza, la sensatez. En estos tiempos de extremos, hasta el calor y la lluvia se nos están apuntando al radicalismo.

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