La celebración del 750º aniversario de la Diócesis de Cádiz ha resultado un tanto despeluchada. Se conmemoraba el traslado de la sede desde Medina Sidonia a Cádiz. Durante estos 750 años ha habido de todo, como en botica, y el Obispado funcionó como una eficaz fuerza viva. Cada tiempo tuvo lo suyo.

Pero fue llegar el 750º aniversario y comenzar a torcerse las cosas. El primer campanazo fue la imputación del anterior obispo, Ceballos, por tráfico de influencias en el caso de los ERE's. Por ahí andará el sumario…

No obstante, con la llegada del nuevo obispo, Zornoza, el nublado se convirtió en borrasca: sustituciones, traslados forzosos, y arrinconamiento de curas y personal de la Diócesis sembraron primero el desconcierto, luego la desconfianza, y por último el pavor a esta 'santa depuración'.

Ya asentado y protegido por una corte de afines y aduladores, priorizó la gestión económica. Operaciones inmobiliarias (Bar Stop, Madueño, etc..) a través de un entramado de fundaciones y herencias. Pelotazos educativos de la mano de una inquietante institución, Educatio Servanda. Un poné, reconvirtiendo colegios populares en centros donde se enseña que el Cielo es de pago, mientras se despide a trabajadores de Cáritas.

Además se rehabilitan templos con dinero público y después se cobra la entrada a ese público, como en el Oratorio de San Felipe, al tiempo que se mantiene en la ruina un valioso patrimonio, denunciada por la Junta de Andalucía: la iglesia paleocristiana de San Ambrosio.

Hasta que el rebaño se le ha soliviantado a su pastor: un amplio colectivo de curas de base ha escrito al Nuncio y al Papa, denunciando el trato vejatorio y despectivo que reciben del obispo, los líos inmobiliarios y cosas tan fuertes como su afán por el dinero, la buena mesa, los vinos caros y los viajes.

Un monumento al lujo y al poder edificado sobre los valores de la pobreza y la humildad. Amén de su ideología ultraconservadora. Aunque, siendo ecuánime, aún no ha ordenado quemar ningún libro.