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música

El violín salvador y charlatán

  • El músico y compositor libanés Ara Malikian entusiasma al público del Teatro Falla con 'La increíble historia de Violín', su nuevo espectáculo

Ara Malikian y su violín, sobre las tablas del Gran Teatro Falla.

Ara Malikian y su violín, sobre las tablas del Gran Teatro Falla. / JESÚS MARÍN

Va uno a un concierto y se encuentra con un centenar de historias. Las historias se pueden contar con palabras, habitualmente es así. Pero como el lenguaje hablado no es el único que el hombre ha inventado para contarse, hay otras posibilidades. Se pueden relatar cosas con música, aunque para eso hay que tener el dominio casi total del instrumento. Ara Malikian, libanés de origen armenio recriado en mil países, controla (o de deja controlar por) su instrumento, el violín, de manera hipnótica para el que lo escucha, un Teatro Falla repleto en el caso del pasado martes en Cádiz. Malikian contó a su virtuosa manera La increíble historia de Violín, es decir la del suyo, que es decir la de su vida misma y la de su familia.

Se trata de un violín salvador, un hermoso trozo de madera centenario que su abuelo dejó en herencia a su padre y éste legó a Ara como un amuleto familiar. El abuelo de Ara nunca tocó el violín. Se lo dieron para que fingiera ser músico y así poder escapar del genocidio armenio, a manos de los turcos, en 1915. En agradecimiento y respeto al instrumento, instó a su hijo, y éste a su nieto, a que aprendiera a tocarlo. Con el pasar de los años, en los 80, el mismo le sirvió a Ara Malikian para salir de un Líbano arrasado por la guerra y estudiar en Europa.

El virtuoso artista mezcló en su actuación sonidos de Bowie, Led Zeppelin, Chopin y BachEl instrumento sirvió para salvar a su abuelo, que fingió ser músico para huir del genocidio

Así que estas cuerdas son mucho más que un instrumento, o quizá todo un instrumento. Con tantas cosas que contar... Por eso, tal vez, el músico y compositor libanés es inmune a las críticas de los puristas clásicos y colma de satisfacción a sus admiradores. Que recibieron con alborozo la primera de la noche en el Falla, una especie de pequeña sinfonía en tres movimientos que comienza con una canción de Jimmi Hendrix, continúa con el Requiem de Mozart y acaba con un tema propio entre luces y humos de aire rockero.

Todo un preludio de lo que sucedió después, en dos horas y media de concierto... y de historia. La danza armenia que evocaba un lamento oriental empezó a demostrar que Malikian tiene, además de manos virtuosas, unas piernas fuertes, y el artista bailaba a la vez que tocaba como hizo toda la noche. Lo mismo que no paró de explicar, con un gran sentido del humor en el que a veces rozó un divertido absurdo, sus diferentes interpretaciones. Qué risas cuando explicó que sus compañeros de estudios en Alemania presumían de tener violines fabricados por los famosos luthiers italianos del XVIII, Stradivari, Guarneri, Amati... "Me tuve que inventar que el mío era un Ravioli, el único nombre italiano que me vino a la cabeza. ¿Ravioli al pesto? me respondieron con sorna. No, Ravioli Alfredo, les dije". Eso le inspiró el tema que ejecutó a continuación, Con mucha nata (¿lo pillan?).

Tras interpretar otra composición suya de la época en la que tocaba en un cabaret, Broken eggs, se puso a la tarea de desmentir a sus críticos puristas, y lanzándose de cabeza en manos de los clásicos, hizo llorar y de qué manera a su violín con un Preludio de Chopin, y a continuación le puso al público la alegría en bandeja con una saltarina versión de La campanella (La campanita), de su gran ídolo, Nicolo Paganini, al que llamaron 'el endiablado' por su imposible técnica de tocar el violín.

La "tregua clásica" fue rota con otra increíble y desaforada historia sobre percebes venidos de otro planeta y perdidos en Galicia, retratada en un gallego Baile del percebe, y los primeros y entusiastas bravos del público ante la interpretación extraordinaria por todo el grupo de una pieza armenia y de una versión melancólica primero y triunfal después del Life in Mars de David Bowie. ¿Quieren más eclecticismo? El violinista contó que toda su juventud la pasó debatiéndose entre las imposiciones de su padre, que lo conminaba a escuchar sólo a los clásicos, y las de su hermana que le instaba a seguir a los artistas de rock duro. "Alternaba por imposición los posters de Led Zeppelin y Bach cuando en verdad, yo siempre quise ser John Travolta", confesó como si tuviera que justificar sus entusiastas versiones de Cashemir de Led Zeppelin y del famoso Misirlou de la banda sonora de Pulp Fiction de Tarantino. La apoteosis en el público, que ya no acabaría en su entrega tras el precioso vals dedicado a su hijo, Cairo, el emocionante 1915 dedicado al genocidio armenio y a los 75 millones de refugiados del mundo de hoy, y una trepidante versión del Invierno de Vivaldi. Y sin embargo, un movimiento lento de Bach, con el solista armenio libanés bajando a tocar en los pasillos del patio de butacas, vino a decir a todos quien era el verdadero dios de la verdadera música. Enorme punto final.

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