Educación Aprender de forma lúdica

Un viaje musical en el tiempo

  • Alumnos de segundo de Primaria de Cádiz acudieron ayer a una clase didáctica en el Conservatorio, en la que conocieron los instrumentos que allí se estudian

El Conservatorio de Música Manuel de Falla de Cádiz experimentó ayer un viaje en el tiempo. Gracias a la máquina del científico Toribio Cifuentes, un grupo de niños y niñas de segundo curso de Primaria de los colegios Carola Ribed y Fermín Salvochea conocieron música, intérpretes e instrumentos de diferentes épocas.

Al entrar en el centro, los menores se encontraron un una exposición en la que pudieron ver de cerca los instrumentos que se aprenden a tocar allí. Eso les dio ventaja a la hora de contestar las preguntas que después les hizo Cifuentes.

"¿Dónde está el mando a distancia?", decía el científico mientras buscaba entre los asientos del salón de actos, donde acababan de sentarse los niños. Y es que ayer era un gran día para él. Después de muchos años de trabajo, iba a estrenar su máquina del tiempo y todos esos pequeños iban a ser testigos de tal acontecimiento.

La prueba salió estupendamente, porque no sólo viajaron los sonidos en el tiempo, sino también los músicos, encarnados en profesores del Conservatorio.

Toribio Cifuentes quiso empezar con el siglo XVI. Tecleó en la máquina el año 1537 y la ciudad de Venecia. Y animó a los niños a contar con él: "¡Uno, dos y tres!" Tras una explosión de luz, aparecieron tres músicos, uno de ellos Silvestro Gannassi, autor del tratado de la flauta de pico. El científico se presentó y les explicó que habían aparecido allí gracias a su máquina del tiempo. Los intérpretes, con laúd barroco, flauta de pico y violonchelo, tocaron para el público la pieza Green Sleeves to a Ground, de autor anónimo.

Entusiasmado, Cifuentes quiso trasladar a los presentes al siglo XIX para escuchar "algo de música de Beethoven". "El pobre empezó a quedarse sordo pero aún así seguía componiendo", comentó. Luego tecleó 1801, Viena. Del fondo de la sala aparecieron cinco músicos vestidos de negro con pelucas blancas. "¡Bravo! Un quinteto de viento. Música de Viena. ¡Bienvenidos al siglo XXI! Ya que habéis venido, ¿os gustaría tocar alguna pieza de Beethoven?", gritaba eufórico. "¡Claro!", contestaron ellos, que de inmediato comenzaron a interpretar Minueto del Septimino.

"¿Habéis escuchado antes esta música?", cuestionó a los niños. "¡Sí! En la tele", respondieron al unísono. "¡Claro! En la serie de televisión Érase una vez el hombre", apuntó Toribio Cifuentes, quien fue preguntando a los escolares si conocían los instrumentos de viento que habían traído los músicos. Todos lo sabían perfectamente: clarinete, flauta, fagot, oboe y trompa. Luego invitó a los intérpretes a tocar algo del siglo XX. Primero, cada instrumento por separado y luego todos juntos. En la sala sonó La pantera rosa, La Bella y la Bestia y La cucaracha, además de Le petit nègre de Debussy.

Tras despedir a los músicos vieneses, al científico le apetecía escuchar un tango. Tecleó 1925, Buenos Aires, y apareció un grupo de cuerda. Siete músicos en total, con un pañuelo rojo al cuello. "Tocad para los niños un tango que más os guste", les dijo. Entonces, interpretaron Por una cabeza, de Carlos Gardel. Luego fue presentando cada instrumento y contando la diferencia entre los sonidos graves y agudos. "¿Cómo se llama el palo con el que tocan?", interrogó a los niños, quienes contestaron sin dudar: "¡arco!" Y para que vieran que también se pueden tocar esos instrumentos sin arco, interpretaron una partitura de 1956 de Leroy Anderson titulada Plink, plank, plunk a pizzicato, es decir, con los dedos.

Después, invitó a los niños a cantar la canción A mí me pica el pie, que tenían escrita en un folleto que habían repartido. Para acompañarlos, llamó a través de su máquina a un grupo de jazz neoyorkino de 1945. Todos lo pasaron en grande. Hasta el científico se animó a hacer una coreografía.

Cifuentes quería escuchar algo que se tocaba en España en un pasado reciente. Así, tecleó Madrid, 1975, con cuidado para no encontrarse consigo mismo, "porque puede ocurrir un cataclismo". Y aparecieron los payasos de la tele interpretando un popurrí de sus canciones. Los niños se las sabían todas y los profesores disfrutaron como sus alumnos cantando estas canciones.

Cuando el científico se estaba despidiendo de los pequeños, le llamaron al móvil. Eran los músicos, que querían hacer un regalo a los presentes antes de volver a su época: habían preparado un repertorio con canciones que ellos conocen. Una orquesta completa subió al escenario y, dirigida por uno de los profesores acompañado de dos niños, interpretó Tengo una muñeca vestida de azul, Pipi Langstrum, La tarara, Dartacan, Heidi y El barquito chiquitito, entre otros temas, que el público cantó al son de la música.

Los niños salieron encantados de esta peculiar clase de música que les gustó "muchísimo". Lo que más, el final porque se sabían todas las canciones. Además, aseguraban que habían aprendido muchas cosas y todos se fueron con ganas de saber tocar algún instrumento y de matricularse en el Conservatorio.

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