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Cultura

"El amor es un tropiezo con alguien que entiende tu manera de hablar"

  • El autor alterna la elegía y la celebración en 'Ánima mía', un poemario en el que se adentra de nuevo en los misterios de lo humano y despliega su visión de la literatura como "una forma de estar en el mundo"

Carlos Marzal se consagró con los libros Los países nocturnos (1996) y Metales pesados (2001) como una voz dotada para la reflexión, sin temor a ahondar en las profundidades del alma. Cinco años después de Fuera de mí, obra en la que renovó su poética, el autor valenciano regresa con Ánima mía a girar sobre "el diamante infrangible de lo humano". En su nuevo libro, publicado por Tusquets, el escritor repasa, entre otros episodios, las revelaciones de la paternidad, los fantasmas del insomnio y los silencios del amor. Y vuelve a maridar, en sus páginas, la vida y la escritura.

-En su libro de aforismos Electrones decía que "escritor no es quien escribe para luego marcharse a vivir, sino quien no puede entender el hecho de vivir sin estar escribiendo". Esa idea está presente en muchos versos de Ánima mía.

-Es cierto, porque me interesa esa visión de la literatura como una forma de estar en el mundo, como una manera de entender las cosas que hay alrededor y de explicarse a uno mismo. Es una forma de militancia que, me parece, se da en muchos escritores, lo pretendan o no. Uno se tira muchos años escribiendo, leyendo, corrigiendo lo que ha creado, hasta el punto de que eso constituye la vida de uno.

-Pero esta percepción hace que huela, como usted dice, "más en su nombre la camelia / que la camelia misma".

-Vivimos por las palabras y lo que hay detrás de ellas. Sin lo que nombra la realidad, la realidad no existiría o sería muy distinta. El lenguaje es buena parte de lo que somos: el amor es un tropiezo con alguien que entiende tu forma de hablar; las guerras y los enfrentamientos ideológicos son por cuestiones de matices verbales...

-Ánima mía es, como otros libros suyos, un viaje a lo intangible que parte de lo cotidiano.

-Yo creo que sí, precisamente por lo que decía antes, porque el lenguaje da existencia a las cosas. Preguntarse a estas alturas si Dios existe es una tontería. ¿Cómo no va a existir, para los hombres, si lo han inventado a través de las palabras? No estoy diciendo que exista un Dios superior, pero lo hemos creado como una necesidad nuestra a través del lenguaje, como existen los fantasmas y existe todo lo que nombramos.

-Más allá de ese Dios, expresa una necesidad de ir a la esencia, de "renunciar a nuestras certidumbres", como se recoge en los versos de Ayunando.

-Es uno de tantos poemas en los que se hace hincapié en que lo raramente importante, tanto para nuestra vida como para el arte, son cuatro o cinco cosas. Si uno despoja a su vida de todo lo adjetivo, de toda la hojarasca, se queda con cuatro efectos, con cuatro devociones. Yo creo que esa poda es muy conveniente, tanto en lo literario como en lo vital. Lo esencial ha estado siempre en el mismo sitio.

-La paternidad juega en este poemario un papel determinante para volver a valorar los prodigios del mundo, como ocurre en el texto El aprendiz de espumas, en el que su hijo le redescubre el mar.

-La experiencia de los niños es una escuela fantástica. Cuando entran en esa edad de descubrir el mundo, nos lo descubren a nosotros. Recuperamos nuestra propia infancia a través de los ojos de nuestros hijos. Hay un verso que me encanta de William Wordsworth que dice que el hijo es el padre del hombre. Yo creo que es una gran verdad.

-Su hija inspira uno de los pasajes más emotivos de Ánima mía, un poema precioso dedicado a Joan Margarit y al libro que dedicó a su hija muerta.

-Lo que cuento allí es una experiencia de lectura. Leí aquel libro en un viaje de Barcelona a Valencia, con mi hija en brazos, y me impactó. Es tan doloroso... Tardé muchos años en escribirle a Margarit ese poema. Antes le redacté una carta que nunca le envié.

-Y, aparte de la huella de Margarit, ¿qué otras influencias reconoce en esta obra?

-Es difícil hablar sobre las influencias, porque una cosa son los sueños que uno tiene y otra las evidencias. Un autor es fruto de lo que ha leído y de lo que no. Yo concibo la literatura como una especie de epidemia que se contagia: cuando uno lee a un escritor, está leyendo a todos los autores que ese autor ha leído antes. Pero puestos a elegir tus influencias hay que ser inmodestos y aspirar a las más grandes. Dentro de la tradición española, destacaría a Juan Ramón Jiménez como poeta absoluto, como alguien que, dentro del siglo XX, toca todas las ramas de la poesía, se adelanta a todas las corrientes y funda lo que va a venir.

-Usted también intenta reinventarse. En Ánima mía busca dentro de sí mismo nuevas voces...

-Querría no repetirme, buscar fórmulas en el decir, que se salieran de la obviedad, de lo que uno ya ha dicho de otra manera.

-Su evolución, en todo caso, ha tendido a lo reflexivo y ha dejado atrás el humor de los principios. ¿Uno se vuelve más serio con los años?

-Es verdad que el humor ha desaparecido de mi poesía, aunque lo mantengo en mis aforismos, en la novela o en los cuentos que estoy escribiendo ahora. Es cierto que en mi poesía el humor ha desaparecido y no sé muy bien por qué. No sé si es porque ha pasado el tiempo y me voy haciendo mayor, pero me he vuelto más reflexivo, sí.

-Ha comentado que trabaja ahora en un volumen de cuentos. Parece que su experiencia en la prosa, la novela Los reinos de la casualidad, fue gratificante...

-Fue una primera novela complicada de escribir y también de publicar, porque se trataba de una novela muy gruesa, de 900 páginas. Tuvo muy buena acogida crítica, se ha vendido bien para lo que es una novela de ese tipo e incluso tuvo algún premio, de la crítica valenciana.

-Ya que habla de premios, obtener el Nacional de la Crítica y el Nacional de Literatura, como le ocurrió con Metales pesados, ¿hace más difícil abordar cada proyecto?

-En mi caso no. Nunca he sentido esa responsabilidad por lo que he escrito, uno se pone siempre delante del papel o del ordenador como si fuera un aprendiz, como si escribiera un poema por primera vez. No tengo la sensación de arrastrar nada. Yo lo que quiero es ser digno de una familia, de una tradición, y poco más.

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