Arte

El siglo de Giorgio de Chirico

  • El Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) expone hasta el 17 de febrero una retrospectiva del artista griego, que conjugó magistralmente en sus obras la arquitectura y la metafísica

Esta exposición valenciana sobre la obra, a veces tan controvertida, de Giorgio de Chirico, viene a suceder a otras dos celebradas recientemente en nuestro país -Museo Gargallo, Zaragoza, 1988 y Salas del BBK, Bilbao, 2001- conformando todo ello un conocimiento más cercano y preciso sobre una pintura hermética y, para muchos, desconcertante.

Nacido de padres italianos en la ciudad griega de Volos, Tesalia, en 1888 (el progenitor trabajaba allí como ingeniero ferroviario), toda la infancia y adolescencia de Giorgio de Chirico transcurre bajo las visiones y sugerencias del mundo helénico, que más tarde plasmará repetidamente en sus cuadros: playas, ruinas, caballosý

Muerto su padre cuando el artista tenía 16 años, se traslada junto con su madre y su hermano Andrea (que más tarde como escritor y pintor firmará con el heterónimo Alberto Savinio) primero a Florencia y luego a Munich. Aquí entra en contacto con la pintura simbolista, especialmente la de Böcklin y descubre la filosofía de Nietzsche y Schopenhauer. El recuerdo de la infancia griega y el insuperable sentimiento de pérdida ante la desaparición paterna, parecen ser el germen de la obra que va gestando en esos años, la Pintura Metafísica, y que expone en el parisino Salón de Otoño, de 1912, despertando la admiración de Apollinaire y del incipiente grupo surrealista. Esa Scuola Metafísica a la que más tarde se une Carlo Carrá, descubre "la fatalidad de las cosas modernas" plasmando unos escenarios urbanos plenos de enigmas, misterio, soledad y premoniciones en los que, bajo un siempre amenazante cielo verdoso y una luz de violenta intensidad, las arquitecturas, de una simpleza y rotundidad vagamente clásicas, proyectan sombras inmensamente alargadas y ominosas. Arquitecturas, maniquíes, elementos geométricos, estaciones de ferrocarrilýtodo sin tiempo (o dentro todo de ese tiempo denso y pastoso, que a la vez huye y permanece), sin aire, sin pasión, solo con angustia; pintado todo con la "ingenuidad" de los primitivos italianos. Visto todo, como se ve nuevo lo de siempre, mediante una cierta alteración de la conciencia. En 1917 realiza Chirico la obra suprema de esa época y a la que desde nuestra adolescencia hemos destinado una devoción sin merma: Las Musas Inquietantes. Tela pintada en Ferrara, vemos al fondo de una explanada el Castello Estense flanqueado por construcciones industriales, (rojas chimeneas de fábrica, como las que se ven, coincidentes, en la estación de ferroviaria de Jerez) ocupando el primer plano un conjunto de objetos geométricos y esculturas. La más cercana a nuestro plano, tosca y clásica, nos da la espalda, portando como cabeza un ovoide rojo y brillante, útil pugilístico.

La influencia que estas pinturas metafísicas tuvieron en el arte posterior ha sido enorme: Dalí, Magritte, Tanguy y otros muchos artistas hasta nuestros días, en algún momento han absorbido las gotas de su desasosiego. Giorgio de Chirico, a su vez, despreció pronto toda ocurrencia y recurrencia vanguardista y se dedicó, con empeñosa fortuna, a ser, según sus propias palabras, un "pintor clásico", preocupado por las cuestiones del oficio y re-creando obsesivamente temas y asuntos tradicionales: mitologías, bodegones, paisajes y desnudos, batallas, gladiadores y jinetes, a la vez que hacía versiones "corregidas" de sus primeras obras, disolviendo la "unidad de estilo" en un curioso caso de trans-vanguardia avant-la-lettre. Ello es notorio si examinamos las obras fechadas a partir de la década de los 40: junto a los nuevos ejemplos de sus recurrentes Plazas de Italia, y otros asuntos metafísicos, van apareciendo jugosos bodegones (ahí, y no en otro lugar aprendimos a pintar uvas), escenas ecuestres o históricas, que estudian y unen la tradición cromática veneciana con la fogosa imaginación de Delacroix o Vernet. Evidentemente, eso era muy difícil de digerir y perdonar por el vanguardismo puritano.

Otra influencia, y no menos notable de la obra metafísica del maestro, es la que se deriva de sus arquitecturas pintadas, siendo este otro aspecto en el que se detiene profusamente la presente exposición. Así, a través de las excelentes fotografías de Gabriele Basilico se nos muestran diversos edificios construidos en Italia durante los años 30 a 50, en los que es palpable el sólido "clasicismo-moderno" (en la simpleza de sus arcadas, torres, galerías o pórticos) empleado por el artista para conformar aquel suyo urbanismo tan parsimonioso y sereno a la vez que angustiado y febril. Siempre, tal vez por ello, tan a la medida de lo humano.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios