Cultura

A seguir dando cera

Drama, EEUU-China, 2010, 140 min. Dirección: Harald Zwart. Intérpretes: Jaden Smith, Jackie Chan. Cines: Ábaco San Fernando, Al-Andalus, Bahía de Cádiz, Bahía Mar, Las Salinas, Victoria.

En el imparable ciclo de tendencias que marcan las leyes de la mercadotecnia, la década de los 80 ha pasado de ser el refugio del mal gusto a convertirse en glorioso periodo reciclable a partir de su más reconocible iconografía popular, de la música a las series de televisión o a sus películas más emblemáticas.

Si hace unas semanas hemos visto a los miembros del Equipo A reconvertidos en acróbatas tecnológicos y a Stallone resucitando a sus achacosos compinches hormonados, no es de extrañar que le toque también el turno del remedo a un título que marcó a una generación de espectadores adolescentes que deben andar hoy por los 40.

La Karate Kid original lanzó al estrellato fugaz al joven Ralph Macchio a golpe de patada al aire y lecciones básicas de kung-fu. 26 años más tarde, esta nueva versión, más grande y más larga, viene a renacer con dinero chino aunque con un mismo espíritu ramplón, maniqueo y conservador. Sustituido el paisaje suburbial norteamericano por la gran urbe china, Macchio por Jaden Smith, el hijo de Will Smith, un dechado de simpatía y flexibilidad, y el memorable profesor Miyagi (Pat Morita) por un Jackie Chan en plan maestro zen en la reserva, esta nueva versión insiste en inculcar viejos valores educativos (perseverancia, obediencia, autocontrol, disciplina, etcétera) con un combate final en el horizonte en el que se juega algo más que un campeonato.

Lo que antes eran putadas de instituto ahora se llama bullying, lo de "dar cera y pulir cera" ahora se hace colgando y descolgando de la percha la chaqueta del chándal, y los misterios del viejo maestro quedan al descubierto gracias a inopinadas sesiones de psicoanálisis. En fin. James Horner amplifica la sobrecarga épica del asunto y Harald Zwart (La pantera rosa 2) rueda con la convicción de saber que no está pasando a los anales. Un argumento guiado por GPS coloca las dosis justas de emoción prefabricada, romanticismo intercultural preadolescente, paisajismo turístico y filosofía barata en un producto destinado a los hijos más perezosos de aquellos ingenuos adolescentes (que fuimos).

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