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Cine

El rey de los niños perdidos

  • Tim Burton cumple cincuenta años a punto de iniciar el rodaje de una versión 3D de 'Alicia en el País de las Maravillas' · Su mirada sigue siendo inconfundible tras tres décadas en el mundo del cine

Todos estamos hechos pedazos. Nos rehacemos a costurones. Como la gata hecha cueros de Batman o la muñeca Sally, que se recosía una y otra vez sus miembros de borra.

Ese podría ser el punto uno del universo timburtoniano. Punto dos: lo real y lo irreal forman una hiedra común y venenosa, imposible de separar. Creencias y ensoñaciones se entremezclan de tal manera con la convencional realidad que llega a ser imposible distinguirlos.

Punto tres, y definitivo: no importa cómo intentes esconderlo, siempre serás el adolescente que fuiste.

Y a partir de ahí, jugamos. Jugamos, sobre todo, a que seguimos siendo críos. Pocos consiguen hacerlo -y los estudios lo saben- como lo hace Tim Burton. Es capaz, en un par de movimientos, de devolverte a las coordenadas de la maravilla. "Es verdad -se dice uno, al visionar cualquiera de sus obras-. Es verdad, así es como era, así era como me sentía cuando no tenía incisivos (ni colmillos) y todo era posible".

Lo que Tim Burton hace con sus películas -además de divertirse obscenamente- es desarrollar una mitología. Vuelca en su trabajo todo lo que consiguió exaltar su imaginación durante su infancia. Burton se nutre de todo aquello que sonaba a trascendente en el terrorífico y homogéneo mundo de las barriadas residenciales estadounidenses. Los dibujos y rimas de Edward Gorey, el dúo formado por Poe y Vicent Price, la Hammer, algunos dibujos de Disney, los seriales fantásticos y, sobre todo, las fiestas. Lo sagrado hecho exceso -con Halloween y las celebraciones navideñas como insultantes evidencias de esto último-.

Hay una exaltación continua, por supuesto, de la diferencia. Al contrario de lo que sucede a muchos, Tim Burton tiene una medida exacta de lo que han visto en él los demás: un tipo de lo más raro. Sus protagonistas suelen ser descastados de alguna clase -incluso cuando le tocó poner en pie a un héroe absoluto como Batman, de profesión multimillonario y defensor de la justicia en su tiempo libre, se inclinó por reflejar las zonas más oscuras del personaje-.

Y le fascinan las transformaciones como punto de inflexión. Ya hay metamorfosis extrañas en Vicent y Frankiewinnie -un niño que cree ser la encarnación de Vicent Price y un perro resucitado por un crío-. Por no hablar de la pandilla de ultratumba de Beetlejuice. O Ed Wood y su afición por la cachemira. O Batman, por supuesto, y su felina antagonista. O el Jinete sin Cabeza. O los monos humanos. O Jack Skeleton. O La novia cadáver. O, incluso, el acuícola protagonista de Big Fish.

Si hemos de juzgar por su última aportación, el goticismo de Burton envejece bien. Su versión del barbero de Fleet Street aterrorizaba, más que por la exhibición de rojo, por el mensaje de absoluta desolación que conseguía transmitir -y Sweeney Todd también es protagonista de un proceso de transformación, moral en este caso-.

Y sigue siendo fiel a sus amores, el maestro Burton. Con Johnny Depp -que comenzó dando vida a uno de sus iconos, el Manostijeras- mantiene una estrecha relación de colaboración. Es fiel a Danny Elfman, cuyo nombre se asocia de manera casi unívoca a sus películas. Y es fiel a sus musas: tanto su ex pareja, Lisa Marie, como su actual esposa, Helena Boham-Carter, han ido apareciendo de manera inevitable en sus títulos.

A principios de agosto, se hizo público que sería la mirada de Tim Burton -¿quién, si no?-, la encargada de dar vida a la Alicia del siglo XXI. Una producción de Disney que se verá dentro de tres años y que ha causado gran expectación en Plymouth, la localidad inglesa en la que se iniciará el rodaje -el nombre de Depp se baraja como posible Sombrerero Loco-.

El País de las Maravillas pillará a Burton con cincuenta años y todo un mundo construido a su imagen y semejanza. Un mundo que tiene sus propias reglas. Y sus mensajes implícitos. Como, por ejemplo, que Hello Kitty debería morir. Al igual que las cheerleaders del mundo -excepto Winona, por supuesto- . Que la frontera entre bien y mal frecuentemente es difusa. Y que los cementerios están llenos de buenas intenciones.

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