efemérides

Un retrato diferente

  • Hoy se cumplen doscientos años de la muerte de Jane Austen, la autora británica más conocida

"¿quién es exactamente esta Jane Austen que han enterrado en la catedral?", se preguntaban, hace un par de siglos, las buenas gentes de Winchester. Esa misma pregunta debieron seguir haciéndose durante mucho tiempo pues, durante años, en su tumba no había referencia alguna a su labor como escritora -aunque se mencionaban "los extraordinarios logros de su mente"-.

Cuando Jane Austen murió, hace 200 años, apenas un puñado de lectores podría haberla reconocido. Para recordarla hoy, la catedral de Winchester celebra un oficio especial, durante el cual se presentará el billete de diez libras que lleva su efigie. El nombre de Jane Austen es una fuente imbatible de merchandising literario y su obra ha quedado, en el imaginario actual, como el epítome de las historias románticas de final feliz. Sin embargo, las historias de Jane Austen tienen en el amor romántico su excusa, no su hueso: si no, no habrían resistido la apisonadora del tiempo.

En general, los clásicos que perduran van mutando en su aceptación o en su concepción por parte del público. Por ejemplo: a finales del pasado siglo, entre 1995 y 1996, coincidieron tres hechos que propulsaron la fiebre en torno al mundo de Jane Austen: por un lado, el estreno del Sentido y sensibilidad de Ang Lee y del Orgullo y prejuicio de la BBC; por otro, el inesperado éxito de El diario de Bridget Jones, que se inspiraba gamberramente en la historia de Elizabeth Bennet y Mr. Darcy. Su éxito hizo que se multiplicaran las adaptaciones en torno a las novelas de la autora británica y que sus tramas se convirtieran, de repente, en algo conocido por el gran público.

Pero, al mismo tiempo, esto hizo que el mundo de Jane Austen quedara asociado, de manera inevitable, con el romanticismo inane: chick lit, por decir,con puntillas, bonetes y pretendientes aristocráticos. Cuando, realmente, de lo que habla Austen es de lo contrario. De lo agotador que resultaba el circo de la seducción en su época (los bailes, las cenas, los artificios). De la cantidad de infelicidad que procuraban las parejas malogradas. De las altas exigencias que se le suponían a las mujeres -que debían saber idiomas, canto, baile, ser prudentes, graciles, bellas e inteligentes... mientras que los hombres tenían que, simplemente, ser-. Y, sobre todo, de lo implacable que todo el sistema resultaba con el sexo femenino, en todo momento dependiente de una voluntad masculina.

Ella misma -junto a su hermana, Cassandra, y su madre- era un ejemplo vivo de ese territorio de desolación que esperaba a quienes no contaban con un marido, que era lo mismo que decir con una fuente respetable de ingresos. De hecho, tras la muerte de su padre, las tres mujeres quedaron en una situación de absoluta dependencia de familiares y amigos. Gran parte de su vida, Jane Austen la pasó saltando de casa en casa, dando un significado pluscuamperfecto a aquello de una habitación propia. Durante los años que transcurrieron en Bath -en un ambiente que le hacía recordar lo "anómala" que resultaba su condición- , no fue capaz de escribir una línea. Su época más productiva coincide con el momento en que consigue instalarse en una casa ni miserable ni prestada, cedida por su hermano Edward, en la localidad de Chawton. Ahí vio publicarse Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio y La Abadía de Northanger, y ahí -en una humilde mesita para cartas que se ha hecho universalmente famosa-, escribió Mansfield Park, Emma y Persuasión.

Para su biógrafa, Claire Tomalin, Persuasión es un "regalo que Jane Austen se hizo a sí misma y a todas las mujeres que, como ella, sentían que habían perdido la oportunidad de su vida y que nunca tendrían una segunda opción". Que, de repente, se habían vuelto invisibles, perdidas en el limbo de lo que no existía.

Aunque este no fuera el título que planeó para su última novela, el tema de la persuasión, del convencimiento, de la voluntad, planea no sólo en la voz de su última heroína completa, Anne Elliot, sino por toda su obra. Hay que convencerse de que alguien es un buen marido. Hemos de convencerla de que este es un buen pretendiente. Hemos de hacerle ver que esa chica no le conviene. Tengo que hacerme a la idea de que esto sería un fracaso, un éxito, que es el hombre de mi vida, la mujer de mis sueños. Porque esta es la vida que quiero, que he buscado, la que me han dicho que yo deseo, que no deseo. Y, entre todas esas forjas, antes de morir, Jane Austen decide hacer una historia en la que la voluntad se une a la esperanza. En la que, quizá, venía a expresar un deseo: ojalá, ojalá me quedara un poco más de tiempo, el tiempo suficiente para creer en algo hermoso, aunque fuera mentira.

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