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Cultura

Que nos quiten lo bailao

Autor: José Luis Sampedro. Adaptación: Juan Pablo Heras González. Director: José Carlos Plaza. Intérpretes: Héctor Alterio, Julieta Serrano, Nacho Castro, Israel Frías, Sonia Gómez Silva, Carlos Martínez Abarca, Cristina Arranz, Olga Rodriguez. Lugar y día: Gran Teatro Falla, 2 de junio

Ya lo decía el gran P.Tinto en el film de Fesser: "¡Una mierda los romanos al lado de los etruscos!" Y es que Roma, fiel a su instinto imperial, intento borrar las huellas del pueblo que les había precedido en el Lacio y del que habían tomado más cosas de lo que les gustaría. La maniobra de ocultación salió tan bien que los etruscos son bastante enigmáticos hoy en día. De su legado artístico, queda el célebre Sarcófago de los esposos, que es el que iluminó a José Luis Sampedro para escribir su novela La sonrisa etrusca, con mucha intencionalidad. La inquietante estatua representa a una pareja sonriente y en pose relajada sobre un ataúd, lo que no deja de ser paradójico. Una figuración de la muerte que parece decir al mundo "que nos quiten lo bailao", en fuerte contraposición con el doliente sentido que adquiría la parca en civilizaciones posteriores.

Sampedro juega con esta imagen en su novela, uno de los pocos clásicos recientes en nuestra lengua. Su protagonista se halla al borde de la muerte por el mal del siglo XX y parece que XXI, si los recortes en investigación no lo remedían. Es un anciano malhumorado de la Italia profunda, guerrillero contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial que siente que se ha quedado fuera del mundo actual. Como el personaje de una comedia desarrollista española, abandona el pueblo para vivir sus últimos días con su hijo, su esposa y su nieto en Milán. Empieza a preguntarse porque se jugó su vida -y la de su gran amor, que fue asesinada en la guerra por resistente- para un mundo así. Y eso que Sampedro escribió su novela en los años 80. Si llega a hacerla en nuestro neoliberal mundo, seguro que el protagonista no espera al cáncer para suicidarse.

Pero la vida le da una oportunidad de despedirse como el sarcófago etrusco, sonriente y relajado, en la forma de un amor crepuscular y de la conexión que establece con su nieto recién nacido, que sin saberlo sus padres lleva su nombre de la clandestinidad. Esta adaptación tiene un poco el problema de los romanos con los etruscos, parte de una gran novela y bebe de ella, pero hay que intentar borrarla. Pero no se consigue del todo. La adaptación quiere contar demasiadas cosas y se llega al atropellamiento, sin que la mirada se detenga un poco para templar. Así, personajes como el de la joven antropóloga quedan muy desdibujados, o temas colaterales como la memoria histórica, con la relación entre el partisano y el fascista que le persiguió y mató a su gran amor, y que inquietantemente sigue viviendo tan tranquilo en el pueblo, quedan apuntados y no desarrollados. Y hay una extraña paradoja en este montaje, pues si la narración es apresurada, la dirección es muy lánguida, llegando a unas caídas de ritmo muy perjudiciales. Pero hay mimbres en este cesto, como su pareja protagonista, aunque La sonrisa etrusca sigue la fastidiosa manía de colocar a unos secundarios de poco fuste para que no hagan sombra a la pareja protagonista. Héctor Alterio juega bien con los estados de su personaje, desde el abatido enfermo del principio al hombre ilusionado con su nuevo amor y con la esperanza de futuro que representa su nieto. A destacar el estremecedor momento en que cuenta la anécdota del príncipe enterrado. Mucho mejor está Julieta Serrano, a la que lo único que hay que achacar es que sale menos de lo que nos gustaría. Y destacar también bellos momentos de puesta en escena, como aquellos a lo Angelopoulos en que el pasado del protagonista aparece con él presente, de forma que no se distingue el recuerdo de la mera ensoñación. Es una muestra de lo que este montaje, de haber sido menos ilustrativo con la novela original y más decidido a extraer de ella los elementos más escénicos, con un punto de vista personal, podía haber sido. En todo caso, a Alterio y Serrano, tanto como personajes como actores de impecable trayectoria, se les puede aplicar lo de la enigmática sonrisa del sarcófago etrusco: que les quiten lo bailao.

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