Pablo Gutiérrez. Escritor

"Mis protagonistas tienen algo de nietzschiano, como los héroes de cómic"

  • El autor, profesor de Literatura en Sanlúcar, ha obtenido el XXI Premio Ojo Crítico de Narrativa y ha sido incluido en la lista 'Granta' en español · En 'Nada es crucial' presenta una historia de desarraigo

La que cuenta Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) en Nada es crucial es una historia brutal, llena dentelladas y abismos. Sus protagonistas van formándose en dos escenarios casi antagónicos -un pueblo mísero, una Ciudad Mediana y Hostil- , que el autor presenta -niños- con trazos de cuento fantástico. Desarrolla un discurso rápido, envolvente, nuevo y cercano. Y consigue, en doscientas cincuenta páginas, lo que todos intentan tanto, tan insistentemente, en vano: tomarle el pulso al tiempo.

-La primera enseñanza de Nada es crucial es hasta qué punto uno viene limitado por su circunstancia. O, tal vez, como los personajes, por la lucha contra su circunstancia.

-Esa es la filosofía: es muy difícil ser ajeno a las circunstancias en las que naces, que te cuiden o te falte cariño, o cómo sea la atención que recibes. En el libro, esto ocurre más en Lecu que en Magui: ella procede de una familia más o menos ordenada, pero él ni siquiera tiene familia, ni sabe lo que es hacer un desayuno, una comida o una cena. Y, claro, qué vas a esperar de una persona que crece así. Por eso Lecu aparece tan desdibujado: no puede articular dos frases seguidas, a los diez años aún no sabe leer... Es un personaje muy marginal, condicionado por las circunstancias y por un cierto determinismo social. Los dos van desarrollando una trama en parelelo pero Magui tiene un transfondo más carnal. Ambos son como dos dibujos, pero uno con más fondo y el otro (Lecu) más esperpéntico, como un héroe de cómic. A Magui sí se le permite un discurso: algunos monólogos, tiene un diario...

-'Nada es crucial' está lleno de referentes de los 80 que son casi mitología. El Mundoantiguo perdido.

-Aunque era más poética, en mi anterior novela (Rosas, restos de alas), también hago un retrato de esos años. Aquí, además, recreo a personajes más o menos de mi edad y me resulta muy difícil no recuperar mi infancia -tampoco tengo imaginación para crear un mundo muy distinto al mío-. Desde entonces la sociedad ha pegado un cambio brutal: fenómenos como Internet y la tolerancia homosexual se desarrollaron en los noventa largos. En ese mundo tan distinto y no tan lejano, la inseguridad estaba en el descampado: el descampado era la interrución, en mitad de los bloques de la clase media, de la vida ordenada. La novela tiene, además, cierto tono de literatura infantil que contrasta con las escenas duras, sórdidas. Creo que así resultan más chocantes que si contara con tono realista el tema de las jeringuillas, la sangre, la metadona... Trato de construir una estética cruda a través de muchos recursos que se alejan del realismo. La intención es que a través de la exageración de rasgos el texto exprese más que siendo realista. Como yo era un crío, no recuerdo tanto la carne como los dibujos, y a través de los iconos y el mundo de verdad, el Mundofeo, el mundo hostil, se va configurando ese contraste.

-Plasma también la realidad de un grupo de neocristianos. Un aspecto que muestra lo peligrosas que son las etiquetas que te hacen pensar que eres mejor.

-Eso también viene a reflejar una época. En los 80-90, hubo un auge del movimiento pseudohippie cristiano en el que se rompía, por ejemplo, el ritual tradicional... Esto derivó en un montón de congregaciones que dieron, la mayor parte de las veces, en escándolos tremendos, como lo de Pueblo de Dios en Huelva. Todos estos movimientos tenían detrás una estructura de destrucción del individuo y de anulación y lavado de cerebro. Por supuesto, también había mucha gente metida con buena intención con principios tan nobles como los de MaiT, que comete el error de creerse importante allí. Ahora, con la crisis, han proliferado otra vez, aunque en esta ocasión están más próximos a los evangélicos. Estos grupos van ligados al miedo y la miseria, y a la necesidad, por supuesto, de formar parte de una comunidad.

-Que es lo que le ocurre al protagonista...

-Claro, tú quieres que alguien te apoye, te respalde. En las madres adoptivas de Lecu, vemos, por una parte una, a la mujer integrada en el grupo, la de la familia numerosa. La otra mujer representa al arquetipo del que se alimentaba este tipo de grupos: la mujer machacada absolutamente, sola, aún colgada de toda la droga... Crearon una especie de organización en torno al mundo de los yonkis.

-El "nada es crucial" que da título al libro viene de dos discursos distintos. Por un lado, el determinista, de Lecu. Por otro, el rebelde y hedonista, de la chica.

-Sí, Lecu es víctima del determinismo: piensa que haga lo que haga, va a acabar en el mismo agujero. Vive completamente desarraigado, incluso en su momento de resurrección. En Magui es distinto: con lo que me ha sucedido, se dice, no voy a montar ningún tipo de ética porque la ética me la está transmitiendo el novio lunático de mi madre. Y opta por una vida totalmente liberal y extrema.

-Los dos tienen en común que son dos excluidos.

-Claro: son mutantes. Y son hermosos. Eso me marcó mucho en la novela. La imagen inicial, de la parada de autobús, en la que el observador se pregunta cómo han conseguido mantenerse intactos, jovencitos, guapos... Magui es adorada, la ven como una persona inalcanzable, y lo divertido de ella es que es muy alcanzable. Y Lecu, directamente, da miedo: es guapo pero aterra. Tiene una mirada no del todo humana. Y se sabe perseguido, como los mutantes del cómic. De fondo, si queremos buscar una filososía, el superhéroe de cómic es un trasunto del superhombre de Nietzsche. Y estos dos personajes tienen algo de nietzschiano porque se han elevado por encima de los demás, de la moral convencional. Lo irónico o triste es que, habiendo hecho eso, lo que se esperaría es que tuvieran una vida sublime, y lo que tienen es todo lo contrario, con el peso de la sociedad contra ellos.

-Quien cuenta, viene a decir también, es un gran voyeur...

-Completamente. En el libro está muy presente siempre el juego de la mirada. El arranque de la novela, además, es una estampa muy de aquí, que podemos imaginar todos. Uno de esos días de Levante, sucios, esperando el autobús que nunca llega... Y el observador que comienza a contar diciendo: "Esos de ahí están en un plano distinto al mío".

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