Cultura

Una promesa incumplida

Compañía: Teatro Corsario. Texto: Jesús Peña, sobre textos de Edgar Allan Poe. Dirección: Jesús Peña. Actores-manipuladores: Teresa Lázaro, Olga Mansilla y Diego López.Tramoyista-manipulador: Chechu Hernández. Títeres y escenografía: Teatro Corsario. Iluminación: Javier Martín del Río. Música: Juan Carlos Martín. Espacio sonoro: Atila. · Día: 10 de junio. Lugar: Gran Teatro Falla.

La publicidad engañosa también existe en las artes escénicas. Cada compañía es libre de elegir su ética, estética y propuesta, pero la coherencia entre lo que se promete y se exhibe debe ser directamente proporcional. Cuando no es así, pueden generarse grandes productos escénicos pero que no se corresponden con las expectativas que generan. Así, el montaje y la compañía que nos ocupan, vienen avalados por una extensa ristra de premios pero no se puede evitar el resquemor de cierta desilusión tras contemplar su actuación, entre los seguidores del género de terror. Como su nombre indica, está basado en fragmentos de obra y vida de Edgar Allan, en concreto, los relatos Los crímenes de la calle Morgue y El gato negro, así como el poema dedicado a Annabel Lee. El ensamblaje dramatúrgico es correcto y tanto los aspectos técnicos como plásticos son extraordinarios. El gran escenario del Falla queda reducido a la mitad para convertirse en una mágica caja negra donde manipuladores invisibles -cubiertos con ropajes que los convierten en sombras- manejan una veintena de figuras. Estas, a pesar de sus huesos de metal, articulaciones de bisagras, carne de goma espuma y piel de látex, son de una escalofriante verosimilitud, lo que añadido a su precisa animación, hacen dudar sobre su auténtica naturaleza. El lenguaje ha sido reducido a los mínimos elementos y la onomatopeya así como la música, se imponen sobre la palabra, aunque aparezca presente en los rótulos que describen las distintas peripecias, como si se tratara de un espectáculo de cine mudo. De esta manera, el oscuro e inquietante romanticismo gótico del autor queda reducido a un grotesco humor negro, con aires de Gran Guiñol y estilo enraizado en la tradición del cruel Punch. Hay momentos, sin embargo, quizás porque la sombra de Poe es alargada, en que sí se aprecia esa atmósfera de lúgubre desasosiego en algunas bellas y turbias fantasmagorías. Quizás la cuestión estriba en que sus creaciones ya no pueden causar tanto miedo -bien lo explicó Lisa Simpson en uno de los episodios de Halloween de su serie- como a sus contemporáneos, mucho más impresionables que el espectador actual, curado de espanto a la fuerza por los lobos feroces del FMI, los banqueros ambiciosos o los políticos corruptos, entre otros monstruos voraces e insaciables.

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