Cultura

"El mejor testigo es el silencioso y a este le cierran la boca literalmente"

  • El escritor José Manuel Benítez Ariza regresa a la España tardofranquista en la piel de un niño hospitalizado por una operación de mandíbula en su nueva novela, 'Vacaciones de invierno'

Los domingos, churros. Unos dulces de La Camelia. Tomar un sanfrancisco. Bizcochos borrachos. La Quina para abrir las ganas de comer. Ejércitos de soldaditos. La paga del mes. Juegos Reunidos. La hora infantil en la tele. Los estudiantes se rebelan en Madrid y Barcelona (habla bajito). Esperanza Roy posa sugerente desde un cartel... Corre el año 1973 y el niño protagonista de Vacaciones de invierno se recupera en el hospital de una lesión en la mandíbula. José Manuel Benítez Ariza convierte con maestría este desafortunado episodio autobiográfico en una novela -la tercera editada- donde se erige como observador privilegiado de un tiempo que ya no es. "El mejor testigo es el silencioso y a este le cierran la boca literalmente", ríe el escritor gaditano que esta tarde, a partir de las ocho, presenta su libro en la Asociación de la Prensa.

"Vacaciones de invierno (editada por Paréntesis) surgió en un almuerzo de Navidad. Como es típico de estas reuniones, salieron a la luz los recuerdos de familia y, entre ellos, este accidente. Y cuando empecé a recordar me di cuenta de que tenía la novela en la cabeza", explica el autor que disfraza de ficción su recuperación de una mala caída, a la vez que echa un vistazo, con los ojos de niño, a una sociedad que comenzaba a sacar la cabeza.

Benítez Ariza deja claro que no le interesaba hacer una obra "de ajustes de cuentas históricos", ni siquiera "una novela histórica". Así, la sociedad tardofranquista se convierte aquí en un escenario costumbrista repleto de objetos que hoy serán de coleccionistas y que despiertan la sonrisa del lector. El niño silencioso, el testigo mudo con la boca cosida de acero como el mismísimo Cassius Clay, se distrae leyendo Pumby, jugando con los mádelmans y leyendo en El Diario la resolución de la tragedia de los Andes, internado en un hospital "que no sale muy bien parado".

Vacaciones de invierno reconcilia realidad e imaginación en un ejercicio de memoria. "Más que inventar lo que uno hace es seleccionar sus recuerdos y combinarlos para que, al final, salgan cosas sorprendentes", valora el autor que utiliza un estilo claro y directo, ya que "tanto el niño protagonista como el adulto narrador" tienen "una gran retentiva visual" y "la propia materia narrativa" que goza de "una gran carga evocadora de lugares, juegos, bebidas y anuncios de la época" necesitan de un estilo "de fraseo rápido y descriptivo".

En este simpático cóctel entre lo vivido y lo creado surgen personajes como Germán, Javier el niño-diablo, Lola la enfermera, el primo Ángel... Personajes redondos, llenos e interesantes, tanto, que el autor no descarta que esta novela se convierta en la primera de una nueva trilogía. "Los padres del niño, por ejemplo, pueden dar mucho más de sí, pues he trabajado mucho en el contraste de esa madre adusta y ese padre que pone el punto de despreocupación y alegría a las circunstancias", baraja Benítez Ariza, que aún tiene pendiente la publicación de Los bosques sumergidos (realmente su tercera novela) que echará el cierre "a la trilogía de la educación sentimental ".

Con Vacaciones de invierno, Benítez Ariza da un nuevo salto. Un salto al pasado en el que cae de pie en una ciudad, un país, en vías de desarrollo, sobre el que vuelca su mirada tierna e irónica. Cargado de palabras. Y con la boca cerrada.

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