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Rojo y negro

La medida de la desmesura

  • Eduardo Jordá novela la guerra de Burundi en 'Pregúntale a la noche', una obra llena de vida que ganó el III Premio Málaga

Estamos en Burundi. Es 1995. Los hutus, que comparten irreconciliablemente el país con los tutsis, desatan una matanza contra estos últimos. No es algo nuevo: ya en 1972 los tutsis habían hecho lo mismo contra los hutus. La diferencia es que ahora las televisiones se dan por enteradas y lo cuentan. Pero lo cuentan como casi todo: superficialmente, durante unos días, con un amarillista interés por mostrar cuerpos mutilados y destrozados; luego se van, como si las matanzas hubieran cesado, como si hutus y tutsis hubieran puesto fin a décadas de enfrentamiento y separada unión.

Sólo una novela, una buena novela, puede dar la medida de lo realmente sucedido. Es lo que ha hecho Eduardo Jordá (Palma de Mallorca, 1956) con Pregúntale a la noche: dar vida a un conflicto que viene segándola en muchos países de África desde hace demasiados años. Pero no sólo ha dado vida a esa violencia, siempre larvada y que a veces erupciona, sino también, y sobre todo, a un puñado de personajes que va más allá, cuyas frustraciones, ilusiones, proyectos trascienden la anécdota o la mera circunstancia para constituirse en ejemplos de lo que es la condición humana.

El sacerdote Gevaert, que lleva más de treinta años de misionero y protagoniza esta novela, sor Geneviève, las nativas Gabrielle, Viene de Lejos o Dieudonné, el difunto padre Vogels son personajes cuya carne y hueso y alma, sobre todo alma, se prenden a la memoria del lector, con quien comparten sus miserias y aprensiones, de la manera indeleble en que sólo lo hacen los personajes trazados con...vida.

Jordá ha escrito una novela llena de vida. Es decir: de historias personales no contadas, de decisiones o indecisiones capitales, de amores frustrados, o meramente incoados, que marcan la existencia de los personajes que la habitan. Y lo ha hecho con un estilo transparente. Alguna crítica apresurada (y que, como tantas en esta época, sólo saben de referencias penúltimas, olvidando el espeso bagaje cultural de Europa, quizá ya nuestra última riqueza) ha aludido a Cormac McCarthy. Nada más lejos: aquí el lirismo está contenido (esas hojas de álamo que sustituyen a las campanas de la iglesia, ese perro colgado que oscila como un calcetín tendido en un cordel) y la violencia se intuye más que se ve. También a Conrad (algo inevitable con el padre fundador de cualquier novela europea que transcurra en África). Quizá esta novela en verdad entronque, por su peripecia, que no para ni hace descansar a los protagonistas, con los westerns de un John Ford o un Clint Eastwood y, por sus constantes dilemas morales, con éstos y también con la obra de un Orwell o un Albert Camus . Aquí, como en estos escritores y cineastas, sólo hay hombres y mujeres (y qué mujeres) enfrentados a la verdad última de sus vidas, a lo que les ha hecho ser los que son, como son, al inconmensurable y a veces desmesurado misterio de la condición humana.

Ahora que parecen volver los gastados y demasiado viejos tiempos de los escritores "comprometidos", con sus vanas o heladas novelas llenas de estereotipos, conforta saber que, como Orwell o Camus en su día, hay quien escribe con el sólo compromiso de dar la medida de lo que son y pueden ser los hombres y las mujeres, en cualquier tiempo y lugar. Como ha hecho Eduardo Jordá con esta novela, que acrece o eleva la medida de sí mismo ya dada en obras anteriores y que tal vez sirva para que muchos conozcan a uno de nuestros escritores más lúcidos, e iluminadores.

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