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Cultura

"No llevo premeditado absolutamente nada"

  • El artista, que en los 70 triunfó con el dúo Lole y Manuel, actúa esta noche en la Venta de Vargas en San Fernando

Nació en Ceuta, se crió en Triana y en Algeciras, fue el arañazo flamenco de los Smash y la sonanta mágica, distinta, que moldeó la voz privilegiada de Lole. Manuel Molina, el tocaor, el transgresor, el poeta flamenco. El que vio venir que los flamencos también podían cantar a la naturaleza, a la luna, a las estrellas, como un oasis, como la tierra prometida en medio de tanta pena, camina ahora, y como siempre, con el corazón como guía. Guía sobre el escenario ya que Manuel da lo que cada momento le pide. "No llevo premeditado absolutamente nada", asegura el músico y cantaor que esta noche inaugura los Encuentros Flamencos de Otoño en la Venta de Vargas.

"Nada te puedo adelantar, compañera, porque la verdad es que me aburre la monotonía. Nunca sé qué voy a cantar, qué voy a hacer porque cuando subo al escenario sólo pienso en salir ileso de él", bromea Manuel que atiende el teléfono con esa voz suya tan recia como cálida.

Molina lleva "tres o cuatro días malísimo" pensando en el "esperado reencuentro" con el público de Cádiz y con San Fernando donde no canta "desde hace bastantes años", asegura.

Nada tiene premeditado. Nada tiene pensado. Corazón y alma en escena. Y, eso sí, nada de "flamenquito". Manuel Molina se rebela contra el término. "Sé que en Andalucía le ponemos el diminutivo a las cosas, a los nombres, de manera cariñosa. Pero lo de flamenquito... Es que no. Flamenco es flamenco, aquí y en Copenhague", sentencia, como ya lo determinó en el bello documental Manuel Molina. Poema del cante jondo, el artista que defiende que "la fusión no es pegar dos músicas o dos culturas, la fusión es fundir". "Date cuenta que lo que se pega, se despega, pero lo que se funde se queda unido para siempre", decide.

Al virtuoso le gusta fundirse "con la gente", "con el público". De ellos toma "el nervio" y "la energía" para salir al escenario. "Mira, mi padre me decía, el día que no sientas nervios, deja el escenario y monta una zapatería", ríe el hijo del guitarrista y cantaor El Encajero a quien pertenece la querida guitarra con la que Manuel se acompañará hoy.

Porque, para el artista, "todo lo que hagas en tu vida, lo debes de hacer con entrega". "Para mí el tiempo se detiene cuando estoy haciendo lo que me gusta, no miro el reloj", asevera el intérprete que actualmente compone temas para la hermana de Lole, Angelita Montoya, y para su hija Alba Molina. Además, Manuel está ultimando un cancionero manuscrito, "nada de letra impresa", recalca, con los temas de toda su trayectoria que se llamará Caricias por bulerías.

Pero el tiempo pasa y en su historia musical están el Garrotín con su I don't want to remember that time, o los inolvidables temas de Nuevo día. "No me arrepiento de nada de lo que he hecho. Cuando miro atrás me enorgullezco porque mi trayectoria me ha dado muchas satisfacciones y me siento muy agradecido", valora recordando esos setenta en los que desconcertaron a los grandes gerilfaltes del flamenco.

Chocolate y el mismo Antonio Mairena reconocieron que ese dúo de Lole y Manuel los tenía confundidos. "Pero ahí estaban, en primera fila en nuestros conciertos". Y es que Molina, además de buenos momentos, también tuvo que luchar contra viento y marea. Con la ortodoxia. Y con la heterodoxia. "Ahora lo que me duele es que las cosas que rompen, o que intentan romper, no las hacen los artistas, son los productores que no tienen ni puta idea de nada. Antes hacíamos lo que hacíamos por indagar, por estudiar, por ver qué había más allá del horizonte, ahora la mayoría, en la que no están gente como Diego Carrasco o El Lebrijano, por ejemplo, lo hace por dinero. Ahora el productor le dice al artista que haga tal cosa para tener fama o porque se consigue más trabajo así. Yo pienso que el trabajo viene después, primero tendrás que hacer algo de lo que te sientas orgulloso". Palabra de poeta.

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