Un buen día la reina Isabel II de Inglaterra descubre una biblioteca ambulante estacionada en la puerta trasera de Buckingham Palace. Por esa deformación profesional que la obliga a mostrarse interesada en el trabajo de sus súbditos, decide llevarse un libro en préstamo. Y ahí empieza la muy singular historia que nos cuenta Alan Bennet, el gozoso descubrimiento de la lectura por una reina anciana, para sorpresa primero y desesperación después de su entorno palaciego. Y es que, con escasas excepciones, el retrato que hace Bennet de la corte inglesa y de una clase política fácilmente reconocible no puede ser más demoledor. La mediocridad intelectual imperante es el telón sobre el que destaca la figura de la reina, tratada con especial respeto y hasta con cariño.
La novela, a diferencia de tantas otras malogradas, no se queda en la brillante idea inicial, sino que va evolucionando de la mano de las lecturas y los pensamientos regios hasta un final sorprendente. Los agudos diálogos que entreveran la obra y provocan en no pocas ocasiones la carcajada son dignos de aquellas comedias británicas de los estudios Ealing, y dejan en excelente lugar la reputación de Bennet como fino guionista. Si son ustedes amantes de los libros, y no lo dudo si frecuentan esta página, éste es de lectura obligada.
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