Crítica de Cine

Un joven y un caballo perdidos por América

Charlie Plummer ofrece una interpretación excepcional en esta obra.

Charlie Plummer ofrece una interpretación excepcional en esta obra.

El británico Andrew Haigh está construyendo pausadamente una sólida filmografía (que sus orígenes como guionista de mediocridades comerciales o ayudante de dirección de Ridley Scott no presagiaban) sobre la soledad y la búsqueda de una identidad perdida, rota o aún por descubrirse. Con el falso documental Greek Pete (2009) logró el que junto a Boogie Nights tal vez sea el mejor retrato del porno o la prostitución masculina. Con Weekend (2010) rodó un sobrio y nada sentimental melodrama gay que puede leerse también, simplemente, aunque sin perder sus connotaciones, como una absorbente historia de amor sin etiquetas de opciones o género. Tras ella -con la serie televisiva Looking, comedia sobre un grupo de amigos gais ambientada en San Francisco- rodó la que hasta ahora era su obra maestra, 45 años (2015), basada en un relato corto del poeta y novelista David Constatine que trata de la quiebra de un anciano matrimonio tras el descubrimiento en un glaciar suizo del cadáver de un primer amor (lo que me recordó al testamento fílmico de Zinnemann, Cinco días, un verano).

Lean on Pete la supera convirtiéndose en la mejor película de Haigh. Director fundamentalmente de actores, lo que quiere decir de personajes (ese raro ser mitológico escrito por uno, dirigido por otro -aunque en este caso Haigh escriba el guión y dirija- e interpretado por un tercero para al final ser alguien con algo o mucho de los tres a la vez que independiente de ellos) y por lo tanto de las historias que viven, Haigh es un raro caso de esteta contenido por la puesta de todos los dispositivos visuales y narrativos de la película al servicio del personaje y sus sentimientos. En un cambio de horizontes sorprendente -de ambientes urbanos que en sus películas siempre habían sido europeos a unos Estados Unidos en los que no se ha extinguido, aunque sí pervertido, el eco de un viejo Oeste que solo sobrevive en los limpios e ilimitados paisajes (cuando no los mancillan los desechos de los hombres)-, Haigh compone una conmovedora balada country sobre un adolescente huérfano y un caballo con tan poco futuro como los de Vidas rebeldes que huyen de los ásperos ambientes de las carreras de poca categoría. El primero quiere salvar al segundo pero también a sí mismo tras unas experiencias dolorosas, atravesando el inmenso país en busca de acogimiento, pertenencia, tierra y de afectos en los que arraigar. Encontrando desamparo, marginación y pobreza: el camino que hunde en la miseria a quien naufraga después que se rompa la frágil estructura familiar que lo sostenía. El guión se basa en una novela del cantante country-rock y escritor Willy Vlautin cuya The Motel Life ya fue llevada al cine por Alan y Gabe Polsky.

Como toda película de viaje esta se ordena en episodios marcados por distintos encuentros -espléndidos Steve Buscemi y Chloë Sevigny- que van enfrentando al joven protagonista -excepcional interpretación de Charlie Plummer- a paisajes humanos no siempre tan estimulantes como los naturales. La soberbia fotografía del danés Magnus Nordenhof Jonck, intimista cuando se centra en el personaje, sórdida en los ambientes marginales y grandiosa en los paisajes, le da un tono de western crepuscular. O más bien de paseo por las ruinas de los paisajes y el mundo del western y, por ello, del ideal de la tierra de la gran promesa. Nunca en sus retratos de la soledad llegó tan hondo el cine de Haigh. Tal vez necesitaba la inmensidad de una América en la que los solitarios y perdidos lo están más que en ningún otro lugar. O tal vez no. ¿Recuerdan Una historia verdadera de Lynch? Trata de otro viaje por la llamada América profunda desde un punto de vista opuesto. Sería curioso verlas en programa doble. E incluso añadirles, desde este lado del Océano, la espléndida El último caballo de Edgar Neville.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios