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Cultura

El gozo supremo de la pintura

De la obra de Pérez Villalta, como de la trayectoria misma del autor de Tarifa, está casi todo ya dicho. Tal es el grado de trascendencia al que ha llegado que cualquier comentario es redundar en lo que ya sabemos. Nombrar a Guillermo Pérez Villalta es saber que la auténtica verdad del arte sin tiempo ni edad ha sido consensuado unánimemente. No creo que, en las últimas décadas de la creación artística, haya existido un artista con más plenitud y personalidad que este pintor que ha hecho más grande y más imperecedera una pintura que, muchos ya, se empeñaban en certificar su muerte. Todo lo contrario, la obra de Pérez Villalta rescata de la historia sus mejores páginas y las dota de una entidad indiscutible que nadie osa poner en duda. A muchos grandes momentos en el discurrir de Guillermo hemos asistido hasta gozar de sus formas exquisitas y excelsas. Lo expuesto en los espacios de la antigua Cartuja de Sevilla, por ser de sus últimas grandes comparecencias, constata bien a las claras lo que decimos. Lo que Rafael Ortiz lleva hasta su galería de la sevillana calle Mármoles mantiene todas las expectativas que se han sucedido en su producción a lo largo de los años. Se podría decir que estamos ante una pintura de Guillermo Pérez Villalta mucho más Pérez Villalta. Los enfoques conceptuales siguen generando ese patrimonio cultural indiscutible que siempre ha mantenido; el virtuosismo de las formas, sin rozar las epidérmicas posiciones que encandilan la sensibilidad de los imbéciles -como decía Cezanne- siguen sosteniendo su poderosa carga de mediato realismo; el culto a lo clásico -por culto y por clásico- desarrolla su potestad de siempre; los guiños a una iconografía, pretérita o reinventada, continúan marcando rutas que generan compromisos con la más absoluta pureza creativa; el dibujo escueto pero firme, mantiene su elegante trazo de incontestable seguridad. Todo esto y muchísimo más se alcanza a contemplar en esta exposición deslumbrante que, se me antoja y lo vuelvo a manifestar, da la impresión parecer más Pérez Villalta que nunca.

El artista pinta para él, por él y de él. La obra de la galería sevillana se nos plantea mucho más despejada en su concepto de edificante barroquismo por dentro y por fuera. Si se me permite el atrevimiento literario, la encontramos más cerca de Quevedo que de Góngora, pero, quizás ahora, asumiendo las, a veces, manifiestas claridades de un Calderón convincente.

La exposición que nos trae Rafael Ortiz nos conduce por una obra que trasciende todo el ideario de Pérez Villalta, ese que recrea un universo imaginado, con elementos extraídos de una mitología esplendorosa, con personajes presentidos y bellos paisajes que dejan entrever ese fabuloso urbanismo con su espléndida arquitectura de mágico ensueño. Una pintura que nos transporta a un escenario de pureza idealista, que nos extrae del prosaísmo reinante y que nos eleva a un universo de bellos imposibles.

De nuevo la pintura de Guillermo Pérez Villalta no hace gozar, nos sustrae de lo inmediato y nos ofrece la posibilidad de toparnos con un estado de suma expectación.

Galería RAFAEL ORTIZ Sevilla

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