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Cultura

La dolorosa libertad del último Rembrandt

  • La National Gallery londinense acoge hasta el 18 de enero una de las exposiciones más importantes de los últimos tiempos, que recalará en el Rijksmuseum de febrero a mayo de 2015

Dramática, innovadora y llena de humanidad. Así es la mirada que el artista más importante del Siglo de Oro holandés, Rembrandt, vertió en su pintura en los años finales de su vida, en la cima de su talento. A la obra tardía de Rembrandt se dedica en la National Gallery hasta el 18 de enero -y del 12 de febrero al 17 de mayo de 2015 en el Rijksmuseum de Amsterdam- una de las muestras más ambiciosas de los últimos tiempos, que reúne 90 obras entre pinturas, grabados y dibujos gracias al esfuerzo de estos dos museos y de préstamos sin precedentes de todo el mundo a cargo de pinacotecas como como el Louvre, el Maurithuis de La Haya o la Royal Academy of Fine Arts de Estocolmo, además de numerosos coleccionistas privados. La cita subraya la individualidad de un pintor que, si bien siempre desafió las modas de su tiempo, en los últimos momentos de su existencia creó algunas de sus pinturas y grabados más atrevidos.

El recorrido por los trabajos que clausuraron su vida también ilustra los vuelcos de su fortuna, la bancarrota económica y las tragedias personales; vicisitudes a las que se enfrenta desde el autorretrato o infiltrando una escalofriante sinceridad a sus re presentaciones de mártires.

Las obras reunidas (40 pinturas, 20 dibujos y 30 grabados) comprenden desde principios de 1650 hasta su muerte en 1669 a la edad de 63 años. Junto a la inagotable experimentación técnica destaca su extraordinaria habilidad para reproducir los efectos de luz, así como su aprecio por los temas más mundanos e incluso desagradables, como las disecciones anatómicas. Rembrandt fagocita fuentes muy diversas para inspirarse, muchas veces halladas en los grabados que coleccionaba y con los que especulaba en el mercado del arte, pero siempre guiado por el afán de entender y representar las motivaciones y emociones más profundas.

Una de las secciones más interesantes y con la que se abre esta muestra está dedicada al autorretrato. Rembrandt produjo más de 60 entre dibujos, pinturas y grabados a lo largo de su carrera, desde bocetos rápidos a semblanzas de un impresionante parecido formal. Constituyen un extraordinario registro de sus facciones a través de las variadas circunstancias de su vida personal y profesional. Los coleccionistas del XVII los codiciaban porque combinaban un retrato reconocible de una personalidad famosa con un ejemplo del estilo distintivo de ese artista. Pero Rembrandt también tuvo sus razones complejas para producir tal cantidad y variedad, según defiende Betsy Wieseman, comisaria de la muestra y conservadora de pintura holandesa de la National Gallery. Mientras muchos de los autorretratos tempranos exploran expresiones exteriores y efectos dramáticos de luz, los de los últimos años, reflexivos, pensativos, deprimidos y dolorosamente honestos, indagan más allá de las apariencias externas. En uno de ellos, procedente del Rijksmuseum, Rembrandt se representa como San Pablo, es la única vez que asume otra identidad distinta a la suya. En el célebre autorretrato del legado Iveagh (Kenwood) se pinta con su atuendo de pintor entre dos misteriosos círculos que subrayan la condición intelectual del artista. En los que realizó poco antes de morir se adivina la aflicción del hombre que ha tenido que enterrar a su hijo Titus y a su joven amante y modelo de muchas de sus últimas composiciones, Hendrickje Stoffels.

Es precisamente ella quien inspira el que pasa por ser el desnudo de cuerpo entero más hermoso de cuantos firmó: Betsabé en el baño, que cede el Louvre. Muestra a la atractiva mujer a la que el rey David miró mientras se bañaba y por la que sintió un deseo irrefrenable que le llevó a obligarla a elegir entre la lealtad a su marido, el general Urías, y la obediencia al monarca, dilema moral que se resume en la carta que sujeta con la mano derecha. A diferencia de otros artistas, que ponderaron el carácter vanidoso e infiel de Betsabé, mostrándola en compañía de sirvientas celestinescas que insinuaban una moral dudosa, en su acercamiento al tema Rembrandt se deja guiar por la piedad y el respeto por una mujer torturada por el peso de una decisión que traerá, como sabe, la infelicidad a todas las partes. Esa Betsabé triste y sin escapatoria ante su destino es captada con un claroscuro de estirpe caravaggiesca que acentúa la rotundidad de sus formas, entre la belleza ideal y las mujeres reales. El contraste entre su cuerpo desnudo y las sábanas blancas y los brocados le permiten demostrar cuánto ha absorbido del colorido de los maestros venecianos.

La pincelada directa subraya la belleza de Betsabé y a la vez nos convierte en voyeuristas como el rey David. De algún modo Rembrandt parece querer decirnos que el amor y el deseo arrancan por igual de una mirada a la que es imposible sustraerse. La sensualidad de la mujer y su ensimismamiento son la clave de la historia en esta versión.

Con Betsabé en el baño el pintor holandés refrescó y enriqueció los temas históricos y de la narrativa tradicional. Si en su inmenso lienzo La conspiración de los bátavos bajo Claudio Civilis (1661-62), que procede de Estocolmo, ponía el foco en las apasionadas expresiones dramáticas, en los trabajos más tardíos hará de la contemplación y la introspección sus temas principales. En vez de describir una narración con muchos personajes, concentra el poder psicológico de una historia en una sola persona. O acaso en dos, como en La novia judía (Rijksmuseum, Ámsterdam, hacia 1667), una de las primeras composiciones que muestran el tierno afecto de una pareja, dando un carácter íntimo a la historia del matrimonio bíblico de Isaac y Rebeca.

Muchas de sus creaciones finales representan un conflicto interior suscitado por la búsqueda de un imposible equilibro entre pasiones que devoran y sentimientos contrarios. Así ocurre con la hermosa Lucrecia (1666) del Instituto de Arte de Minneapolis, que encuentra en el suicidio la única escapatoria moral a la insoportable vergüenza de su violación. El innato deseo de vivir y la tristeza desgarrada del rostro que se despide del mundo con el gesto de llamar con la campana a su familia nos conmueven mientras reparamos con horror en la sangre que asoma ya por el camisón. Rembrandt se vuelve más matérico que nunca, llegando a hacer incisiones, a acuchillar la pasta pictórica, abriendo el camino que transitarían siglos después artistas como Francis Bacon.

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