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Cultura

La corrida de Victorino Martín aburre en Santander

  • El encierro no dio buen juego y provocó la huida del público tras rodar el sexto · Padilla da una vuelta al ruedo, mientras Ferrera y Urdiales se van de vacío

Juan José Padilla fue el únido de la terna que logró dar una vuelta al ruedo ante la tradicional corrida de Victorino Martín que cada año se celebra en la recta final de la Feria de Santiago. Antonio Ferrera escuchó palmas en su primero y la labor de Diego Urdiales fue silenciada.

Con montera y patillas al más puro estilo Espartero y capote desliado hacía el paseíllo Juan José Padilla, idolatrado desde hace años por las peñas santanderinas gracias a su carismática y heterodoxa forma de estar en la plaza. A gritos de "Padilla, illa, illa, Padilla maravilla" le tenían prometido el oro del triunfo.

A pesar de lo fácil que se lo puso el público y de lo tirado que se lo dejó el noble toro de Victorino, en el primero no tocó pelo por culpa de una faena ramplona y superficial al buen astado. Dibujó líneas y más líneas por el derecho y se tapó por el izquierdo. No faltaron las florituras entre serie y serie pero ni siquiera esto fue suficiente para cortar oreja.

En el cuarto hubo petición, más mayoritaria en el sol que en la sombra, pero insuficiente. El presidente no concedió la oreja y Padilla dio la vuelta al ruedo tras una faena populista a base de zapatillazos, gritos y amago de morder al tardo y manso toro. Lo pasaportó, por cierto, de un bajonazo.

Al primero de Antonio Ferrera lo arrearon bien en el tercio de varas, aunque no acusó semejante castigo en la muleta. El torero no entendió que el victorino pedía distancia en los medios y le realizó una faena desestructurada, en la que le cambió los terrenos sin saber muy bien por qué, citándole a dos palmos de distancia. Dibujó líneas con la derecha y enganchones con la izquierda, a pesar de la nobleza de un enemigo que sólo quería que le remataran el muletazo atrás y, a ser posible, le dejaran la muleta puesta.

El quinto no fue tan bueno, más bien al contrario. Áspero y correoso, el victorino se quedaba a medio pase y buscaba el bulto; podía tragar uno o dos muletazos, pero al tercero, nones. Ferrera se entretuvo en colocarlo y le llegó un aviso perfilándose para la suerte suprema. Le arreó un feo bajonazo después de pincharlo tres veces.

Diego Urdiales vivió una auténtica pesadilla con el tercero, un morlaco que a duras penas pasaba por el izquierdo y ni en sueños por el derecho. El riojano lo intentó mil veces pero no consiguió ligar dos naturales o dos ayudados juntos; se cruzó mostrando tener ganas de agradar pero no fue suficiente con un victorino pidiendo el carné. Lo mató de estocada pescuecera y se silenció su esfuerzo.

Urdiales puso a prueba la paciencia del respetable con el manso y parado que cerraba el encierro, con el que insistió voluntarioso por hacer lo imposible, lo que le pudo haber llevado al hule en más de una ocasión. Cuando cayó el toro el público abandonó despavorido la plaza, tan rápido y aburrido que casi dejó solos a los de luces.

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