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Cultura

Por el buen camino

La Orquesta de Cámara de Mujeres Almaclara, de reciente creación, debutó ayer en Cádiz en una luminosa mañana. Formada por 19 mujeres menores de 30 años (11 violines, 4 violas, 3 violonchelos y 1 contrabajo), todas ellas de excelentes trayectorias profesionales, tiene por objetivo, haciendo música, "reivindicar y homenajear a todas las mujeres que, a lo largo de la historia de la música, no han conseguido alcanzar sus metas debido no a su falta de talento, sino a su sexo."

La dirige Beatriz González Calderón, gaditana por su cuna, por la de sus padres y por la cuna de su formación musical. Violonchelista y escenógrafa, además de directora, Beatriz es una persona inquieta, creativa y muy trabajadora, capaz de sacar adelante el proyecto ella solita y contra viento y marea.

En su presentación Extractos de alguna vez, de Dolores Serrano Cueto (2008); La maja y el ruiseñor, de Enrique Granados (1911); Ventanas rotas, de Luis Ignacio Marín (2008); Danza del fuego (de El amor brujo), de Falla (1916); La geometría del agua, de Consuelo Díez (2004), y La oración del torero, Op. 74 y Serenata para cuerdas, Op. 87, ambas de Turina (1925 y 1935), repertorio ecléctico, clásico y de vanguardia alternándose.

Almaclara suena bastante empastada, afinada, con muy buen color orquestal, excelente dinámica y grata riqueza tímbrica a pesar de la seca acústica del local; acusa la juventud de sus componentes y la de la agrupación en las obras menos tocadas. El canon con estridencias y taconeo de Extractos de alguna vez, estreno absoluto, una música difícil, disonante e inquietante, necesita más trabajo. Absolutamente fuera de carácter estuvo la lectura de la Danza del fuego a causa, probablemente, de la solista que no la supo entender. Bastante mejor resolvieron las exploraciones tímbricas, los juegos con los armónicos o los glissandi del tutti, los pasajes meditativos de la muy atractiva La geometría del agua. Me pareció estupenda Ventanas rotas, una composición concertante con Luiza Nancu, extraordinaria chelista rumana, como solista que, ahora sí, estuvo magnífica; obra tonal, de cierto dramatismo, con claras influencias de Turina y Granados, en la mejor tradición de las serenatas para cuerdas más famosas. En ella, como en las obras de Granados y Turina, la orquesta ofreció lo mejor de la mañana: variedad de colores, repertorio de matices, coherencia formal, buen discurso sonoro incluso con los acentos atrevidos de las obras interpretadas.

Muy oportuno el maridaje de las dos obras de Turina; aunque los diez años que las separan manifiestan sus diferencias técnicas, él mismo dejó dicho que la compuso "…con objeto de que formase pareja con La oración del torero, exactamente lo mismo que si se tratase de dos candelabros o dos jarrones".

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