Cultura

Un anticipo del romántico español

Es encomiable que los organizadores del último Festival Internacional de Música Manuel de Falla programen las obras a ejecutar con un criterio pedagógico, incorporando partituras de compositores menos conocidos al ramillete de los clásicos. La función del pasado sábado en el Teatro Falla, a cargo de la Camerata que lleva su nombre, aportó algunas de esas antiguas novedades. Ello ante unos oyentes que, otra vez más, fueron escasos, confirmando la apatía gaditana en lo referente a la música seria. Pero las ausencias hicieron honor a la denominación del conjunto porque, en italiano, camerata se define, entre otras acepciones, como "reunión de compañeros", algo que expresa exactamente el clima que vivimos los buenos amigos asistentes.

Y así escuchamos, junto al Concierto para violín y orquesta Nº 4, K. 218 de Mozart, otras melodías ignoradas por el gran público, como la Sinfonía en Sol Mayor de José Pons, madrileño nacido en la segunda mitad del XVIII, además del texto de otro contemporáneo, el afamado fabulista Tomás de Iriarte, que mezclando su prosa con la vena musical, dio forma a la Escena Trágica Unipersonal, que recrea el drama del sitiado Alonso Pérez de Guzmán, más conocido como Guzmán El Bueno, en la defensa de Tarifa contra el ataque moro en 1294, que llegó a sacrificar a su propio hijo en poder del enemigo, no entregando la plaza.

Musicalmente, en su Concierto para violín K.218, el genio de Mozart da rienda suelta, dentro del encantador estilo italiano de la época, a su concepción de la armonía, siempre original y bella. El violín solista José María Fernández, joven y promisorio artista de apenas 30 años que es ya una figura europea reconocida, mostró elegancia y depurada técnica, siempre ajustado al modo galante de su creador. La orquesta, bajo la inteligente batuta de Tomás Garrido, con moderación y buen gusto, sonó afinada, ágil y muy respetuosa con la concepción del joven Mozart, que contaba con sólo 19 años cuando la compuso en 1775. El público lo premió con un caluroso aplauso, que el solista agradeció con un finísimo encore: la impecable ejecución de una versión de la Sarabande de la Partita Nº 1 para violín solo de J.S. Bach.

La breve y un tanto elemental Sinfonía de Pons con que se inició la audición, nos mostró cómo éste, con un arranque burlesco, entra luego en ritmos marciales, para pasar pronto a los bailables de la época, recordando al omnipresente patriarca Haydn.

El plato fuerte llegó con la ya referida Tragedia de Guzmán El Bueno, donde Tomás de Iriarte pone a prueba sus dobles habilidades literario-musicales que plasma en diez movimientos, cada uno ilustrativo de los diferentes estados anímicos de ese angustiado padre que debe elegir entre su patriotismo y su amor filial, siendo justamente su decisión a favor del primero, lo que conforma la esencia del dramático suceso que, siete siglos más tarde, en plena Guerra Civil española, vivió también el general Moscardó durante el sitio del Alcázar de Toledo por las fuerzas gubernamentales. El diálogo entre ese padre abrumado, interpretado por el actor Ramón Langa, y la orquesta, que recorre un solemne camino a través de Adagios, Allegros, Prestos, Marchas y Largos, recrea las vivencias de aquél por la atroz desgracia que sufre. Debe reconocerse que este género, que ya cultivaban los griegos en el siglo XV a.C. y que Iriarte reconcibió en la segunda mitad del XVIII, fue muy popular entre diversos autores franceses en la primera mitad del XX, lo que convierte al autor en un pionero. Musicalmente hablando y a pesar de que la orquesta sonó con buen aliento y muy correcta, pienso que Iriarte lo compuso con demasiado apego a las formas vigentes de su tiempo, lo que a mi juicio no logra realzar el tremendo patetismo del monólogo del padre, envuelto en su dilema. En cuanto al parlamento de Langa, si bien posee un timbre excelente, su dicción no fue muy clara, ya que en la sala no toda su alocución pudo escucharse con nitidez. Y en cuanto a lo gestual, su presencia escénica adoleció de cierta tiesura. La dirección del maestro Garrido, cuidada y sincera, pareció ajustada a los cánones del XVIII. Todo un anticipo de la creación romántica que le siguió.

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