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Cultura

"En el siglo XX, el artista debe crear un lenguaje nuevo para expresarse"

  • José Ramón Ripoll hablará hoy en el Museo de Cádiz del mestizaje del arte, la palabra y la música dentro del ciclo Voces en el Museo, organizado por la Asociación Qultura

La figura del Thoracato romano del Museo de Cádiz será para José Ramón Ripoll un "pretexto" para introducirnos en el amplio tema del La expansión de la forma: elmestizaje entre el arte, la palabra y la música durante el siglo XX. "La coraza -explica- es el símbolo de la impermeabilidad. Hasta el siglo XX más o menos las artes, como también los seres humanos, han permanecido en sus compartimentos estancos, cada uno con sus instrumentos, colores, sonidos y palabras, y es en el siglo XX cuando comienza la fusión total y el mestizaje. La coraza representa esa inmovilidad. Protegía el corazón de un emperador romano, que era el corazón del imperio. Pero claro, inevitablemente, y aunque se conserva en buen estado, la erosión del tiempo ha hecho que se fuera rompiendo. Ese es el símbolo para hablar de este mestizaje".

Para José Ramón Ripoll, no fue hasta el pasado siglo cuando se llegaría a la conclusión de que la unión de todas las artes puede dar mucho mejor resultado a la hora de comprender la realidad: "Es entonces cuando el artista debe inventar un lenguaje nuevo para expresar todo lo que quiere", indica.

En este sentido, las puestas en escena que llevaban a cabo los ballets rusos de principios de siglo actuarían como ejemplos máximos de esta unificación artística: "Sobre todo -explica Ripoll-, los ballets de Sergei Diaghilev, que representaron un momento crucial: en ellos se encontraron las artes visuales y literarias con la danza y la música. Contaban con bailarines de la altura de Pavlova y Nijinski y, al llegar a París, numerosos escritores y compositores acudieron a colaborar con ellos: Satie, Stravinsky Debussy o el propio Manuel de Falla; en vestuarios y coreografía colaboraron nombres como Bakst, Picasso o Léonide Massine, y escritores como Jean Cocteau. El estreno de La consagración de la primavera supondría un momento crucial para toda la humanidad: revolucionó la idea que teníamos del ritmo e influyó en la literatura y en la pintura. Por supuesto, no fue comprendido ni entendido en su momento, y la sociedad europea se dividiría de nuevo entre conservadores y amantes de la libertad".

Algo parecido, indica José Ramón Ripoll, ocurrió con el ballet Parade que -con la colaboración de Picasso y Satie y libreto de Jean Cocteau- incorporaba elementos que no tenían nada que ver con la música entendida como hecho estético sino con la música ambiente que rodeaba al hombre moderno: el ruido de una máquina escribir, de una sirena de barco, aviones...

"Uno de los momentos más interesantes en siglo XX -prosigue Ripoll, al respecto- es el que se produce a partir del descubrimiento de la atonalidad por parte de Schönberg y su traducción a la pintura por parte de Kandinsky. Ambos creían en el papel que el arte tenía en el desarrollo y la libertad del individuo, y que la expansión de sus respectivas formas respondía más a una necesidad interior que a un mero intento de novedad. Las formas, que eran también analogía de la sustancia primera y, del universo. Kandinsky era místico y Schönberg, aunque se alejaba de estas cuestiones profundas, también era un poco mesiánico. Kandinsky experimenta con el color guiándose por la teoría tonal de Schönberg, antes de que este fijara los preceptos de un nuevo orden o desorden sonoro. Partiendo del expresionismo llega a la abstracción por medio de la música. Pinta la música, lo mismo que hizo Picasso o Cherchune".

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